Oleada de curas casados
Los sacerdotes católicos casados son como las meigas: existir, no existen; pero haberlos, haylos. La clave está en que la Iglesia no acepta que los curas se casen, pero sí admite que los casados se hagan curas, con los debidos permisos previos, claro está. Ese factor ha sido esencial a la hora de captar a curas anglicanos desencantados con la llegada del sacerdocio femenino. El Vaticano vio en ese descontento una ocasión de oro para captar feligreses, aunque fuera a costa de aceptar también a sus sacerdotes casados.
La primera mujer ordenada sacerdote anglicana fue Florence Li Tim-Oi, el 25 de enero de 1944 en Hong Kong. Pero los cambios a gran escala empezaron en los años setenta, cuando los anglicanos de Estados Unidos empezaron a aceptar la ordenación de mujeres. En 1980, siendo papa Juan Pablo II, la Congregación para la Doctrina de la Fe (ex Santo Oficio) hizo pública una declaración dando la bienvenida en el catolicismo a parroquias anglicanas enteras, convertidas por su oposición al sacerdocio femenino, con curas casados incluidos.
En esa declaración, el Vaticano clarificó su posición respecto a ese punto: "La Santa Sede ha especificado que esa excepción a la regla del celibato se garantiza a favor de esas personas de forma individual, y no debe ser interpretada como un cambio en la convicción de la Iglesia sobre el valor del celibato sacerdotal". Es decir, la regla se mantiene pero con las excepciones que haga falta.
En la práctica, eso significa que la Iglesia católica acepta la conversión de los curas anglicanos casados. Pero los que aún sean solteros no podrán casarse y los casados que enviuden no podrán volver a contraer matrimonio. Esa manga ancha fue muy provechosa en 1994, cuando la irrupción de las mujeres sacerdotes echó en brazos de Roma a 7.000 curas anglicanos. Y el Vaticano ha dado ya la bienvenida a la inminente segunda ola de conversiones que provocará la apertura de la Iglesia de Inglaterra a los homosexuales y su determinación de ordenar mujeres obispos.
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