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Columna
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Oficio de tinieblas

En su homilía semanal, lamenta el obispo de la diócesis de Segorbe-Castellón la poca incidencia que en el ámbito social y personal tiene la vivencia cristiana de la Semana Santa. El vecindario se preocupa del descanso y del ocio, del turismo y los viajes, en este mundo secularizado sin hueco para las celebraciones litúrgicas. Todo superficial, porque hemos desvirtuado la sustancia que siempre le dieron a estas celebraciones los creyentes. No anda falto de razón el mitrado de La Plana. Quizás queda una minoría que vive con recogimiento estas fechas señaladas, pero la modernidad empujó al reino del olvido el sentido penitencial de las procesiones, o las exequias, salmos, antífonas y responsos de belleza indudable, que atesoraban los ritos religiosos de estos días. Poca gente, y menos la joven, tiene conocimiento, por ejemplo, de lo que fuera otrora el oficio de tinieblas del Miércoles Santo, con las iglesias casi oscuras, con los cirios que se iban apagando y con los bíblicos textos de Jeremías repitiéndonos la mucha desolación a la que conduce un pueblo prevaricador que arrastra el lastre de sus pecados. Eran la esencia de la Semana Santa que se perdió entre el hedonismo laico, la crisis y los índices de ocupación hotelera.

Otras virtudes del pasado, sin embargo, colean. A una de ellas se refería ese otro día el Financial Times cuando hablaba de la economía valenciana como quintaesencia del "viejo modelo", adicto al ladrillo especulativo, que nos empujó a la crisis y a tenebrosas cifras de desempleo por encima de la media española. Un oficio de tinieblas donde cada día se apagan más velas sin que se vislumbre, como en la liturgia, la claridad de una pascua florida. En vez de debate o lamentación en torno al viejo modelo, todavía se oyen voces nostálgicas de un crecimiento descontrolado del cemento, que dejó malparada la geografía costera valenciana. Pero no es la única penumbra en la cuaresma penitencial de la vida pública, que incide en la privada del vecindario. Porque un día sí y el otro también tropezamos con las tinieblas y oscuridades del pasado que desvirtúan la sustancia de nuestra convivencia democrática. Y son tinieblas que proceden de la oscuridad de los siglos, cuando los gobernantes lo eran por gracia divina, se justificaban sólo ante el Altísimo, y sus intereses tenían que ser necesariamente los intereses de sus súbditos. Porque, si observa atentamente, el vecino que aprovechó su etapa escolar no sabe a ciencia cierta si enunciados como "la identificación entre el PP y la Comunidad Valenciana es total porque nuestro discurso, modelo de convivencia y lealtad con España, se identifica con la Comunidad Valenciana...", si la frase, digo, la articularon los labios del tenebroso Felipe II, azote de herejes, o vino a expresarse de tal guisa nuestro presidente autonómico Francisco Camps. La liturgia eclesiástica con sus tinieblas tenía, sin duda, más virtud, más ética y más estética.

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