_
_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Apliques

David Trueba

Un país se define por su representación. Para los desinformados esa tarea recae en la diplomacia del Ministerio de Asuntos Exteriores o en las campañas de promoción turística. Pero cuando hablamos de representación nos referimos a algo mucho más amplio, como la fachada de un edificio, cara visible y expresión de permanencia. Ahí entra desde la tienda de souvenirs hasta la música popular o el audiovisual de consumo. Hace mucho que nos hemos reconciliado con nuestro ADN y cada vez queda menos gente traumatizada por asumir que nuestros genios locales como Manolo Escobar o Rocío Jurado vienen a ser lo mismo que Frank Sinatra o Billie Holliday para el imaginario norteamericano. Y uno se agarra a Mi carro o a Como una ola cuando nadie nos mira.

El sábado Cine de barrio triunfó con Esta voz es una mina, protagonizada por Antonio Molina. De alguna manera, esos niveles de popularidad dicen algo sobre la memoria histórica. Pero también sobre la identificación con nuestra propia representación a lo largo del tiempo. Lo que muy poca gente acierta a desentrañar es que cualquier representación es necesariamente una ficción. Y en la película de Antonio Molina no estamos viendo a Antonio Molina, sino a la ficción llamada Antonio Molina. Distinto de la persona que hace poco su tocayo el escritor Muñoz Molina recordaba contando que en una ocasión había presenciado en Cuba un discurso inacabable de Fidel Castro que se tuvo que orinar encima porque no llegaba a los baños.

La Academia de Cine ha premiado a Antoñita, viuda de Ruiz, otra de esas joyas escondidas del oficio. Lleva años fabricando pelucas, barbas, calotas, peluquines y apliques capilares para el teatro, el cine, la televisión. Aportando el gramo de ficción imprescindible para hacer de la representación algo real y perdurable. En la entrega, y pocos premios habrá este año tan bien dados, Manolo Escobar, que es inteligente y de un humor saludable, le agradeció, entre otras muchas cosas, que fuera la responsable de que a él jamás se le hubiera meneado el tupé en estos años, generando pues otro referente inamovible.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_