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Columna
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Querido nuevo rico

Dicen que a una persona de Eibar le han tocado 11 millones en la lotería, no sé cual de ellas y poco importa, aunque los jugadores profesionales digan que disfrutan más con el sufrimiento del juego que con el rédito que obtienen del mismo. Dicen también que en épocas de crisis las loterías y apuestas se disparan, convertidas en el último reducto para luchar contra la pobreza, la incertidumbre, el desasosiego del final del mes. Se dicen muchas cosas en torno al azar (que si el Rey juega el 0000, que casi siempre gana el Estado, que si los vizcaínos nos hemos dejado sin cobrar 19 millones de euros en pequeños premios olvidados en el bolsillo de la americana).

Yo me quedo con esta persona de Eibar a la que dicen que le han tocado 11 millones. Y me quedo, sobre todo, con su primera hora de gloria. El instante del sorteo me lo imagino de dos maneras: o palideciendo, enmudeciendo, con esa sonrisa a lo Gioconda que mezcla el llanto, la alegría y el cinismo del éxito, o dando esos botes de alegría que tanto gustan en televisión cuando sale el Gordo de Navidad. No hay más: a lo sumo el champán. Lo habitual en estos casos. ¿Y luego, qué? La historia de un tipo al que le han tocado 11 millones en época de crisis comienza cuando se acaba el champán, es decir en unos minutos. Me gustaría que Eduardo Punset dedicase un libro a lo que ocurre en nuestro interior cuando declina la euforia y comienza la nueva realidad. Supongo que lo primero es poner a buen recaudo ese papelito mágico, en un cajón con siete llaves, antes de ir a un banco o a uno de esos blanqueadores de dinero que te dan un tanto por ciento más por venderles el premio... Ya a salvo, con el champán en el cuerpo y no en la botella, supongo que se agolpan los sueños, los planes inmediatos y de futuro. Aquí ya no estamos hablando de tapar agujeros, sino de abrirlos; de pagar el coche, sino de comprarlo, porque hay premios que te hacen rico y premios que no te sacan de pobre. Hasta la suerte está llena de desigualdades. Y supongo que te asalta la duda: si lo meto en el banco, al precio que está el dinero, la ganancia es irrisoria (porque, claro, como ya eres rico, piensas en clave de rico) y si lo invierto en ladrillo me meten a la cárcel por tonto. Los viejos esquemas ya no valen. ¿Si adquiero un club de fútbol y empiezo a comprar y vender futbolistas? Caliente, caliente. ¿Qué tal una oficina de representación de personajes del corazón e higadillos varios? Te quemas, te quemas. ¿Una empresa de politonos? Ardiente, ardiente. ¿Presidente de la SGAE? Buena idea, chaval. Los oficios de los nuevos ricos han cambiado.

Una hora después te duele la cabeza (el champán también influye). Te hablo por experiencia. Yo también me hice todas esas preguntas después de acertar con la administración de lotería, la única del pueblo, donde compré el número equivocado.

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