Patadas, alboroto y empujones
Pidió Marcos, el capitán del Valladolid, guerra, sangre. Luego, pidió mesura, pero, con el mensaje lanzado -"somos blandos, no luchamos, no demostramos lo que nos jugamos"-, el Valladolid salió al campo decidido a desmentir lo pusilánime de su trayectoria y se lio a patadas, a entrar con todo en cada jugada. No importaba dónde, cerca o lejos del área. Lo que importaba era intimidar, asustar, romper. El árbitro, Mejuto, se sintió encantado con el panorama y, superado un posible penalti de Ramos a Nauzet en la primera jugada, comenzó a echar mano al bolsillo de las tarjetas.
El partido, enfangado; el Valladolid, con el voltaje por los aires, y el árbitro, sin criterio. La primera amarilla fue para Del Horno: entrada por detrás a Cristiano. Otra para Ramos, empate. Carlos Lázaro sobre Granero, Xavi sobre Nauzet: otra vez empate. Una a Medunjanin por protestar, otra a Granero. Y como suele ocurrir, las jugadas duras de verdad, las patadas feas, las que pueden hacer daño, se hacían invisibles. En ocasiones no merecían ni que se detuviese el juego. Onésimo se volvió loco con una patada sin balón que Cristiano soltó a Marquitos cuando le habían robado el cuero. Medunjanin se jugaba la expulsión en cada decisión de Mejuto. Pero el jaleo de verdad se organizó con una entrada de Nivaldo a Cristiano que a punto estuvo de enviar al luso al banquillo con la tibia en la mano. No hubo tarjeta. Bastante tenía el brasileño con haber provocado con una falta estúpida el primer gol del Madrid.
Harto de recibir, el Madrid comenzó a repartir, pero, mientras duraba el alboroto, entre protestas, parones y empujones, de tres ocasiones aprovechó para sacar dos goles, uno de Cristiano abrazado por Higuaín, otro de Higuaín abrazado por Cristiano, para cerrar cualquier rumor, cualquier asomo de enfados, cualquier lucha de egos tras la catástrofe contra el Lyon.
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