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La unidad para niños traumatizados asiste a más de 750 menores

El grupo, creado para los huérfanos del 11-M, ahora atiende casos agudos

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La unidad móvil es un coche utilitario amarillo. Eso sí, con los rasgos distintivos de los vehículos sanitarios. En su interior se desplazan alguna de las cuatro profesionales que componen la UMERP. Unas siglas que encierran un significado muy importante para cerca de 750 niños. Son la Unidad de Menores en Riesgo Psíquico. Un grupo surgido en 2006 del equipo móvil que se creó tras los atentados del 11 de marzo de 2004 para atender psicológicamente, entre otros, a los 97 huérfanos que perdieron a sus padres en los trenes en los que explotaron las bombas. La unidad, única en España, depende del Gregorio Marañón. Ninguno de estos niños sigue bajo el cuidado y la minuciosa atención de las profesionales del grupo. Casi todos han mitigado el dolor.

Son críos que han sufrido un atentado, un suicidio cercano o un accidente

La UMERP se ocupa de recuperar a menores con un trauma agudo. Eso quiere decir menores que han visto o sufrido un atentado, un accidente de coche o un suicidio cercano, por ejemplo. Pero también a otros cuyo trauma es crónico. Éstos son críos maltratados o que han sufrido alguna clase de abusos. Muchos de estos últimos vienen derivados de los centros de protección y tutela de la Comunidad de Madrid. Por ejemplo, el niño de ocho años que acabó un día, cuando apenas levantaba un metro del suelo, ingresado por las tremendas palizas que le propinaba su padre, actualmente en prisión. Su madre tenía otros problemas y no era capaz de cuidarlo. Lo llevaron a un centro de la administración.

"Hay casos que ponen los pelos de punta", recuerda Paloma Ortiz, veterana psiquiatra fundadora de la unidad y ahora coordinadora del Programa Infanto-Juvenil del Centro de Salud Mental de Retiro (el mismo edificio en el que está ubicada la UMERP). La unidad ha atendido a más de 650 niños desde marzo de 2007. En los dos pisos superiores se distribuye el espacio que corresponden al grupo. Se nota. Hay dados de plastilina, casitas de muñecas, fichas de colores. También taburetes enanos. Y folios y folios de evaluaciones. Muchas se hacen en colaboración con el Instituto del Menor y la Familia. Y sirven para recoger en la palma de la mano la caída de muchos niños.

Hay dibujos por las paredes del lugar, en el que se dispersan juguetes y mesitas de tamaño minúsculo, que recuerdan las preocupaciones de los niños. Por ejemplo, de aquellos inmigrantes sin padres, solos en España, que carecen de documentación y el desasosiego que por ello les trastorna.

La gracia de que la unidad esté en un edificio normal (el Centro de Salud Mental de Retiro) es fundamental para tratar estos asuntos tan delicados. Es muy importante que la llegada al sitio de tratamiento no sea hostil (el edificio es igual a cualquier otro bloque de pisos de la zona). Y que quien llega al lugar no se sienta estigmatizado. Marian Blázquez, psicóloga, cuenta un caso que atañe a uno de los dos principales programas que atienden: por un lado el de los menores protegidos por la Administración y por otro los hijos de familias en los que ha habido maltratos físicos.

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En esta última situación se encuentra un adolescente de 14 años que llegó a sus manos tras un intento de suicidio. Su padre pegaba a su madre desde que él nació. Desde que se separaron sus padres, hace cinco años, el chico sigue viendo al padre, pero últimamente se negaba a acudir a las visitas. En estos años el chico decía ir a verle para proteger a su hermana pequeña, porque tenía miedo de que le pegara, como había hecho con él desde niño.

Julia Ayala, psicóloga y también fundadora, relata algunas de las historias de estos chicos. Los hay desde tres o cuatro años, hasta los adolescentes de 17. "Cada uno tiene un tipo de sintomatología distinta", afirma. En el caso de los más pequeñitos, incluso menores de tres años, "tienen sentimientos muy intensos porque además no pueden contarlos de viva voz", describe Ortiz, que resume los síntomas en miedos a monstruos y en conductas regresivas. Estas últimas son volver a chuparse el dedo o a hacerse pis en la cama. "Hemos visto casos de niños pequeños que se ponen muy inquietos por el trauma", prosigue en su descripción. Con estos niños pequeños, el riesgo es que no se sepa que están traumatizados "por su capacidad de pasar al juego en un instante".

Nada que ver, pues, con las de los mayores. Éstos, y de ellos tienen multitud de ejemplos, tienden a las conductas más agresivas. "Aunque no siempre", matiza Sara Terán, psiquiatra, a veces lo que les pasa es que muestran pasividad y apatía. "Tenemos que hablar mucho con sus padres o educadores, porque ellos saben cuál es su evolución", apunta.

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