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OPINIÓN
Columna
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Crecimiento inteligente

Emilio Ontiveros

Siempre hay razones para un cierto euroescepticismo. Pero las alternativas a la participación en el fortalecimiento de la integración europea no existen, o son manifiestamente peores. Esta crisis lo está demostrando. Su gestión conjunta es más eficaz, aun cuando se revelen inconsistencias y asimetrías. Una de ellas es la definida entre una unión monetaria y la muy incipiente política, que ha servido, por ejemplo, para alimentar las presunciones de vulnerabilidad de la eurozona en esta crisis. La solución no es echar marcha atrás, debilitando el alcance de la integración monetaria, sino una más estrecha coordinación de las políticas económicas. Eso intenta la nueva estrategia, "Europa 2020", que reemplazará a la insatisfecha Estrategia de Lisboa.

Los fundamentos de un crecimiento inteligente e integrador son: más conocimiento, menos nivel de carbono y mayor empleo

Más conocimiento, menos nivel de carbono y mayor empleo son los fundamentos del crecimiento inteligente, sostenible e integrador que guiarán esa estrategia. Su progreso se evaluará según cinco objetivos en términos de elevación de la tasa de empleo, inversión en I+D, reducción de las emisiones contaminantes y avances hacia las energías renovables, mejoras en la educación y reducción del número de pobres.

Esos propósitos disponen de absoluta virtualidad para la economía española, que está sufriendo más en esta crisis por el retraso en la largamente reclamada diversificación de su patrón de crecimiento. La innovación, la educación y la extensión de la sociedad digital son más importantes de lo que han sido, con el fin de generar ganancias de eficiencia propias de las economías modernas. Son prioridades que podrán garantizar que, además de inteligente, el crecimiento sea más inclusivo, y el empleo, de mucha mayor calidad que la demostrada tras su rápido desmoronamiento en esta crisis. Para su consecución hubiera sido bueno que durante la etapa de bonanza presupuestaria se hubieran fortalecido en mayor medida las dotaciones de capital tecnológico y humano.

Las restricciones presupuestarias que pesan ahora sobre la inversión pública en esas virtuosas modalidades de capital no existen para que las administraciones públicas despejen aquellos obstáculos que todavía impiden, por ejemplo, que España forme parte del grupo en el que no es particularmente difícil ni costoso crear una empresa. Tampoco supondría un excesivo aumento del gasto público que esas administraciones predicaran con el ejemplo en la búsqueda de eficiencia garantizando, por ejemplo, esa vieja aspiración de interlocución digital única con los ciudadanos, independientemente de donde residan. Las restricciones presupuestarias son irrelevantes para normalizar el crédito a las empresas, facilitando, por ejemplo, reestructuración de las cajas de ahorros, dependiente casi exclusivamente de las habilidades de las distintas instituciones públicas en juego. Todo ello son decisiones favorecedoras del crecimiento, que, con algo de suerte, puede ser más inteligente que el exhibido en los últimos años.

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