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Tentaciones
Reportaje:TECNOLOGÍA

El virtuosismo humano, de serie

Estamos programados sólo para hacer / cualquier cosa que quieras, / somos los robots". En 1978, el grupo alemán Kraftwerk aplicaba a la música el ideario robótico de Isaac Asimov, imaginando un futuro mecánico y engrasado con tres en uno. Con su sonido sintético y situando en los escenarios a sus propios avatares androides, fueron pioneros en provocar la dialéctica musical de "lo auténtico" frente a "lo artificial". Treinta años después, con el debate superado gracias a la natural inmersión de la electrónica en el pop, el "sentimiento" y la "técnica" todavía son levadura sagrada en liturgias como el jazz y la música clásica. ¿Alguien se imagina a un robot emulando a Paco de Lucía o a Miles Davies? Puristas, preparen las sirenas: la respuesta es sí.

Imaginen un avanzado sistema que, a modo de Parque Jurásico, extrae el ADN artístico de virtuosas leyendas hasta ahora inimitables. Es lo que pretende Zenph Sound Innovations, una empresa estadounidense que ha desarrollado un software —por ahora, sólo aplicable al piano— que convierte en datos interpretaciones musicales preexistentes. Una vez procesadas informáticamente, detallan en su web, se construye un software plantilla que se puede aplicar a otras partituras. "Y con la capacidad para el oyente de manipular la forma en que desea escucharla. Por ejemplo: más triste", añade Kip Frey, su consejero delegado, en la revista Wired. ¿La finalidad? Que algún día escuchemos a John Coltrane interpretando a Madonna con una calidad de sonido de ultimísima generación. En vivo o en directo.

Cosas parecidas se han hecho ya con los difuntos pianistas Glenn Gould y Art Tatum. La inyección en el proyecto de más de 10 millones de dólares por parte de una sociedad de capital riesgo y las críticas en medios especializados comparando la grabación Rachmaninov plays Rachmaninov con clásicos como Abbey Road, de los Beatles, llevan a pensar en nuevas dimensiones para la producción musical con intrincadas implicaciones filosóficas. Amén de la entrada en escena de nuevos derechos sobre la "personalidad artística" que nos llevan a movernos en terrenos de la licencia-ficción.

Y frente a la emulación, la experimentación. Los intentos de insuflar vida musical a las máquinas forman parte de una de las paradojas más sugestivas de la capacidad creativa del hombre. En los últimos tiempos han nacido robots musicales con personalidad propia. Como el delicioso Cibraphon, una superbanda autónoma que navega por las redes sociales respondiendo emocionalmente a las referencias que encuentra, y cuyas interpretaciones musicales le llevaron a ganar un premio Bafta el pasado año. O el Gamelatron, una fusión de instrumentos tradicionales de percusión controlados robóticamente concebida como un proyecto artístico a desenterrar en el futuro por un autómata tipo WALL-E. Una iniciativa de la Liga de Robots Musicales Electrónicos Urbanos (LEMUR): "Los robots musicales proporcionan un nuevo camino a la hora de componer", explica Eric Singer, su fundador. "Dan a los músicos acceso al control electrónico de instrumentos de base acústica, lo que conduce a nuevas formas de expresión musical". Frente a la corriente animatrónica (en la que robots humanoides tocan instrumentos convencionales), LEMUR engloba proyectos en los que la robótica crea nuevos instrumentos. Como GuitarBot y TibetBot (utilizados por Pat Metheny el pasado febrero en España), cuyos movimientos mecánicos, pero de belleza lírica e hipnótica, nos llevan a concluir que los androides también sueñan con orquestas eléctricas.

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