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La guitarra de Jimi Hendrix aún arde

Un disco póstumo celebra el 40º aniversario de la muerte del músico

Diego A. Manrique

Fue la estrella más prodigiosa de los sesenta. Visualmente, Jimi Hendrix ejercía de pavo real. Se saltaba las barreras raciales: un músico negro que tocaba rock con extraordinaria libertad creativa. Todo se le permitía, ya que estaba dotado de excepcionales poderes: parecía fundirse con su guitarra mientras alardeaba de su sexualidad.

Tan excesivo que, a punto de cumplirse los 40 años de su muerte, todavía es posible anunciar que se publica un nuevo disco de Jimi, Valleys of Neptune. Sus 12 canciones son conocidas de lanzamientos previos, no siempre legales. La diferencia está en la calidad del sonido y el respeto con que se han tratado las cintas.

La justificación de Eddie Kramer, ingeniero de muchas de las grabaciones de Hendrix, es que Valleys of Neptune tiene coherencia estética: se registró prácticamente todo en 1969. Kramer ha hecho prodigios mayores, como juntar -en First rays of the new rising sun- la música que el guitarrista estaba elaborando en 1970, su último año de vida, dispersa por numerosos discos póstumos.

Le distinguía su voracidad, su prisa por probar ideas, su autoexigencia

Por sí solo, Hendrix constituye una pequeña industria. Junto a docenas de libros, se han publicado centenares de discos con su nombre. Aunque algunos pertenecían a su era oscura, cuando tocaba con los Isley Brothers o Curtis Knight, la mayoría procede de su periodo de estrellato, a partir de 1967. Asombroso, ya que Hendrix, criatura de los sesenta, era un hedonista que aprovechaba todas las oportunidades de sexo y drogas. ¿Le quedaba tiempo para crear? ¿Y talento?

Sí y sí: dejó horas y horas de excelente música grabada. Allí había jams con otros músicos, pero el resto eran versiones o proyectos de canciones propias. Le distinguía su voracidad, su prisa por probar ideas, su autoexigencia. Había sufrido cinco años de pobreza y anonimato, observador ansioso de diferentes revoluciones sonoras; cuando pudo participar, se desbordó.

Otra señal de modernidad fue su percepción del estudio como instrumento. Venía del gueto, donde un single se grababa en dos o tres horas: el tiempo de grabación era caro y se racionaba. Luego invertiría en su propio estudio, Electric Lady, que sólo pudo aprovechar unos meses.

Sus colaboradores eran conscientes de su excepcionalidad y conservaron todo lo que grabó. Eso explica el aluvión de lanzamientos que siguió a su desaparición, el 18 de septiembre de 1970; lo facilitó una turbia madeja de contratos. Transcurrieron casi 25 años hasta que sus herederos recuperaron el control de aquel tesoro. Ahora, todo depende de Experience Hendrix, empresa que dirige su hermana adoptiva Janie.

Si la discografía de Jimi requiere una enciclopedia, sus intríngulis profesionales servirían para una novela negra. Hace poco, se especulaba con una dudosa confesión de su mánager, Mike Jeffery, que supuestamente mató al músico para cobrar su seguro de vida. Aparte de las licencias para publicidad y bandas sonoras, está el juego Hendrix Rock Band y otras ocurrencias de la moderna mercadotecnia. A pesar de la confusión discográfica, sus ventas anuales rondan el millón de ejemplares. No es extraño que Sony saque pecho: ha quitado los derechos del catálogo a Universal.

Junto a Valleys of Neptune y First rays..., se relanzan en ediciones enriquecidas -librito, DVD- los cuatro álbumes que Jimi publicó en vida y un doble DVD con su concierto de Woodstock. Típicamente, fue un error lo de cerrar el festival: las masas se habían marchado; sólo quedaban puñados de colgados. Y con todo, dejó un momento para la eternidad: su versión triturada del himno nacional estadounidense.

El guitarrista y cantante Jimi Hendrix, en una actuación de finales de los sesenta.
El guitarrista y cantante Jimi Hendrix, en una actuación de finales de los sesenta.

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