Carcajadas políticas

A mediados de los cincuenta, cuando el neorrealismo italiano ya había llegado a la cumbre, una serie de directores decidió añadir a la terrible verdad de la crisis, de la pobreza, de la degradación y de la injusticia el impagable valor de la comedia. Sin charlas pedagógicas y sin bofetadas de trascendencia (sí con bofetadas de certidumbre), gente como Mario Monicelli, Dino Risi, Alberto Lattuada y Luigi Comencini otorgaron jocosidad a la tragedia y alcanzaron la crueldad (y la verdad) del ridículo. Cierto que la crítica más espesa acabó bautizando al movimiento como neorrealismo rosa, pero ésa es otra historia.

En los últimos años, frente a los desconcertantes cambios económicos y políticos, sociales y culturales acaecidos en los países de la Europa del Este tras la caída del comunismo, otra serie de directores parece decidida, como aquellos italianos, a quitar hierro al asunto (o a añadírselo, según se vea) por medio de la carcajada sangrante. Películas como la soberbia 12:08, al Este de Bucarest, de Corneliu Porumboiu, sobre la Rumania de Ceausescu, y El concierto, del también rumano, aunque afincado en Francia, Radu Mihaileanu, así lo confirman. Centrada en la reunificación de la vieja orquesta del Bolshói moscovita para dar un recital en París, a espaldas del actual régimen político de Rusia, El concierto mezcla la denuncia del ocaso artístico de la antigua URSS con la desvergonzada chulería de los nuevos magnates del gas y del petróleo; el encabezonamiento de las viejas reliquias del partido comunista, negadas para adaptar su ideario, con la emoción de la música de Chaikovski; las purgas políticas en Siberia de los artistas de origen judío con el empecinamiento de una parte del pueblo semita por hacer negocio en cualquier parte y a cualquier hora. Mihaileanu sabe lo que se cuece ahora y lo que se cocía antes; da palos al presente y al pasado. Y, salvando las distancias, a la manera del Billy Wilder de Ninotchka y Uno, dos, tres, no se conforma con vapulear al comunismo; los males del capitalismo también tienen su ración. Así, la reunificación de la orquesta, cómica y patética, ridícula y genial, es un vocinglero retrato del timador en tiempos de crisis, como lo fue la pandilla del Rufufú de Monicelli. Mientras, haber tenido el valor de culminar su película con el Concierto para violín y orquesta, de Chaikovski, y redondearlo con la unión de los cabos sueltos dramáticos en flash-forward, es una idea brillante.

El director vapulea al comunismo y denuncia los males del capitalismo

Mihaileanu, que ha limado las aristas más pusilánimes de El tren de la vida (1998), su película más famosa, otra obra sobre el arte de la simulación, sólo se equivoca en la escenificación de los flash-backs siberianos, innecesarios y demasiado melodramáticos, y en el subrayado del elemento folletinesco de la trama de la violinista francesa. Sin embargo, la comedia acaba triunfando sobre los pequeños desperfectos sentimentales. Esos chistes de cola, medio privados y destinados al público más entendido, son la muestra de que la vivacidad y la farsa pueden ser mucho más peligrosas que cualquier estandarte de solemnidad.EL CONCIERTO

Dirección: Radu Mihaileanu. Intérpretes: Alexei Guskov, Dimitri Nazarov, Mélanie Laurent, Miou Miou. Género: comedia. Francia, Rumania, 2009.

Duración: 119 minutos.