La chica de Ipanema
Brasil era un buen destino para disfrutar tras el asalto al tren de Glasgow, cuando no de un botín más modesto cual fue el del Dioni. Pero van quedando pocos sitios sin tratado de extradición y esta potencia iberoamericana ya homologó el fin de ciertas impunidades. Sus más de ocho millones de kilómetros cuadrados también permitían esconderse en otro tiempo de servicios secretos y de caza nazis. Por eso resulta más difícil de entender el cambio de cromos entre nuestro jardín fallero y aquel inmenso solar, todavía sin edificar, si tenemos en cuenta lo que cabe en el Mato Grosso. Ni el pinar más frondoso que haya sobrevivido en nuestro sufrido entorno a la marabunta del ladrillo puede compararse con las hanegadas de Amazonia aún vírgenes. También es posible que el viajante intentase atraer hacia Benidorm bañistas esparcidos sobre las playas cariocas de Salvador de Bahía y Río de Janeiro, sin olvidar a la chica de Ipanema. Hace falta valor. La única lógica, pues, del penúltimo periplo de Francisco Camps es la del fugitivo. Le tienen practicando el nomadismo hasta tanto sus señorías togadas, a la vista del panorama, echen la última palada sobre el caso Gürtel y se proclame algún edicto con la prohibición de apelar al asunto. Ni en broma. Esto puede ocurrir pasado mañana o alargarse unos cuantos meses, circunstancia que obliga a nuestro líder carismático a manejar una agenda de controlador aéreo. Si hoy es miércoles, esto es Mongolia: capital, Ulan Bator. Marchando dos convenios para estrechar nuestras tradicionales relaciones de amistad y cooperación con los herederos de Gengis Khan.
La mala noticia es que mientras el comandante viaja por el hiperespacio, la tropa saca a pasear el código genético y ni el estratega de referencia, pese al expediente esculpido en el marxismo-leninismo, es capaz de frenar la incontinencia espontánea de tanto autócrata campando por el organigrama. Así ha ocurrido con el glorioso episodio de censura en el ex Museo Valenciano de la Ilustración y la Modernidad (Muvim). Para una vez que sin costar un duro sitúan a Valencia como capital mundial... de la censura y el ridículo, pero capital al fin, y Camps de viaje entre sambas y bosanovas. Tipos como los que han aplicado sus convicciones a prohibir la exposición fotográfica Fragments d'un any, son los que velan por las auténticas señas de identidad de la derecha indígena. Si no fuera Valencia, habríamos creído que la censura, una práctica imbécil en un mundo más transparente e interconectado que los escáneres de los aeropuertos, era una operación publicitaria para atraer gente a la muestra. Gracias a Internet, ya pueden verse las fotos de Camps en Brasilia, Río y Salvador de Bahía. Qué éxito. Cuatro o cinco sustos más y habrá que escribir una nueva versión de la obra de Arthur Miller, La muerte de un viajante. Al tiempo.
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