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Columna
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Veinte años

Telecinco celebra 20 años de existencia, pero por más que quiera endulzar la efeméride, la verdadera celebración se produce cada día. Como en la manida fábula de la rana y el escorpión, esa cadena no puede evitar ser fiel a su naturaleza. La otra noche, con la entrevista en profundidad a Julián Muñoz, se marcó el homenaje más clarividente a estas dos décadas de vida. El alcalde imputado en robos de caudales públicos se presentó en la tertulia con el corazón menos partío que en otras ocasiones, pero el mismo pelo de gorrión con gomina.

Manejó los tiempos y desactivó al presentador más en forma y a las interrogadoras más audaces utilizando la táctica futbolística de tener la pelota y dormirla en pases horizontales sin riesgo ni profundidad. Tardó en contar la inane historieta de un carro lo que se tarda en contar el Antiguo y el Nuevo Testamento juntos. Le brillaba la sonrisa pilla de quien se está llevando la pasta por cruzar a nado el Canal de La Mancha y no piensa ni mojarse el tobillo.

Hace 20 años llegó esta estación privada de televisión y en la Facultad de Periodismo no albergamos esperanza de nuevos empleos. Juzgábamos, con razón, que había una cosa más importante aún que la libertad de opinión, que era la libertad para hablar de aquellas cosas que nos resultaban interesantes, que podrían construir un país mejor que el que heredábamos. Se ha demostrado que nuestra intuición era cierta. Hay más canales, pero menos opciones. Jamás ha habido hueco para programas culturales, de investigación, de crítica, de ciencia. No sé si a Julián Muñoz le han colocado un maletín con pasta en algún lugar a recaudo de los interventores de Hacienda, esos que aspiran a devolver a las arcas públicas lo que fue robado, pero basta el símbolo de volver a exprimirlo.

No sé si los directivos de esta cadena celebran estos veinte años con nostalgia y orgullo. Andan lejos del compromiso de servicio público que prometieron al Estado cuando les entregó la concesión. Quizá confundieron las acepciones de la palabra servicio y en lugar del mérito en beneficio de la comunidad, se centraron más en la acepción de letrina o cuarto de baño. Y así arrastramos veinte años de malentendido.

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