Diablos cojuelos en el 'pequeño Caribe'
Un desfile multitudinario clausura el 'mes de la dominicanidad' en Tetuán
"Del barrio", "de acá", "de esa calle". El pequeño Caribe madrileño fue ayer, más que nunca, un gran Caribe. Parecía que todos los dominicanos que viven en Tetuán, que no son pocos precisamente, hubieran decidido salir, con las caderas a punto de bachata, a la calle de Bravo Murillo. Llegaron también de Ávila, de Ponferrada, de Barcelona... Era su día. Se perdieron, por estar en España, los carnavales y la fiesta de la independencia (27 de febrero) de su país, pero ayer tuvieron ocasión de celebrarlo todo a la vez. Y sin salir de Tetuán, donde residen 4.000 de los 25.000 dominicanos que viven en la capital.
"Vamos todos los años, pero lo echamos de menos igual", decía Mercedes de León, de 47 años, mientras esperaba que empezara el desfile. Las cinco carrozas salieron pasadas las tres y media de la tarde. Germán, acodado en una valla con su amigo Jesús, también jubilado, ponía reparos al horario: "Poco éxito va a tener entre los españoles. Si es que no son horas. Está todo el mundo echando la siesta". Y quizá tenía razón, porque el grueso de las 3.000 personas, según cálculos aproximados de este periódico, que siguieron el desfile eran dominicanos. Por primera vez, tras cinco años de reunirse en espacios cerrados, la fiesta se celebró en la calle. No faltó de nada: carrozas, bailarinas, música en vivo... Incluso personajes del carnaval dominicano: los vistosos diablos cojuelos, cuyo origen, según la tradición, está en un demonio tan travieso que acabó con la paciencia del mismísimo diablo, que lo arrojó a la tierra con tanta furia que se hizo daño al caer y quedó cojuelo.
"Es una forma de integrarnos en la sociedad madrileña", afirma el cónsul
El desfile sirvió para cerrar el mes de la dominicanidad, cuatro semanas de juegos deportivos, conferencias y exposiciones en Tetuán. "Así evitamos el desarraigo, porque hay dominicanos que llevan aquí 40 años y sus hijos no han conocido aquello", aseguró el embajador, César Medina. Los organizadores daban por segura la lluvia, pero se encontraron un día primaveral. También se temían que alguna banda decidiera presentarse a estropear la fiesta. Al final, sólo hubo bachata, merengue y algún niño hipando desconsolado después de ver cara a cara a un diablo cojuelo. "Es una forma de integrarnos en la sociedad madrileña, de demostrar que nuestra comunidad no es sólo delincuencia y droga", añadía el cónsul, Marcos Cross.
¿Y qué define la dominicanidad? "La alegría", dice Ana María Céspedes, mediadora social que llegó con una beca hace 21 años y ya no volvió. "La música", añade Miriam Zapata, quiromasajista, 14 años en España, dos hijas madrileñas. Un poco más allá, de una carroza empiezan a salir las notas de una bachata. Todo el mundo se la sabe: "Al conocernos me prometiste / Darme tu amor para toda la vida / Pero muy tarde me he dado cuenta / Que me engañabas, que me hablabas mentira".
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