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Crónica:
Crónica
Texto informativo con interpretación

McAlmont acude al rescate de Nyman

El británico se repite con sus bandas sonoras y sorprende con un nuevo aliado

Reconozcámoslo de antemano y sin acritud: Michael Nyman no es el principal candidato al Premio Naranja entre los compositores que en el mundo han sido. El hombre de las enormes gafas redondas de pasta negra (marca Urbino; no sirve cualquiera) comparecía anoche en el Circo Price con rictus adusto, aire de suficiencia y esa media sonrisa forzada de quien no está acostumbrado a ejercitar determinados músculos de la región facial. Durante el resto de la velada permanecerá de espaldas al público, despatarrado y aporreando las teclas con gesto de funcionario de aduanas. Teórica pasión con envoltorio de rutina; al final suceden cosas como que apenas se completa la mitad del aforo.

A falta de grandes novedades entre sus partituras, el londinense se aferra durante la primera hora de recital al repertorio que le llevamos escuchando veintitantos años: El contrato del dibujante, Prospero's book y Drowning by numers, obras magnas para la filmografía de su no menos petulante paisano Peter Greenaway. Pero avanzada la noche tiene lugar el verdadero acontecimiento, la noticia que merece letra negrita. La parte consagrada a su inesperada alianza con el cantante británico de soul David McAlmont constituye el primer argumento que el autor de El piano nos regala en unos cuantos lustros para que recuperemos parte de la fe que le profesamos en su día.

Pese a la reiteración, su música supone un minimalismo de baja intensidad

Farfulla y refunfuña Nyman cuando le preguntan si lo suyo es, como indican todas las enciclopedias, música minimalista. ¿Exceso de celo, suspicacia crónica? En realidad, este hombre de casi 66 años no es el más elaborado exponente de las relaciones públicas, pero, bien pensado, tiene algún motivo para enfurruñarse.

Cierto que en su música hay elementos de repetición y células rítmicas persistentes, pero lo suyo es más bien minimalismo de baja intensidad. Si para enfrentarse a algunas obras de Steve Reich o Terry Riley conviene tragar saliva, las propuestas de Nyman resultan de fácil acceso para el común de los mortales. Como una película tolerada, aunque las de Greenaway hubiera que verlas en los años ochenta en los muy culturetas cines Alphaville.

Aquellas bandas sonoras han resistido el paso de los años con mayor donosura que sus correlativas pedanterías de celuloide. Chasing sheep is best left to shepherds conserva, por ejemplo, ese aroma de campiña y aristocracia distinguida que Nyman tomó prestado de Purcell. Pero es acaso el material menos trillado de Prospero's book el que más urge revisitar. Los 11 músicos de la Michael Nyman Band se ganan el sueldo con esos envenenados compases irregulares y, sobre todo, unos obstinatos con los que las violinistas se juegan la salud y una buena tendinitis.

Toda la incómoda sensación de déjà vu se desvanece, sin embargo, en cuanto hace acto de presencia David McAlmont, hombre elegante y de voz hermosísima, sobre todo en su mitad aguda. Igual que su mentor, este vocalista negro tampoco dirigirá una sola palabra al público, pero su mera presencia en el centro del escenario, la expresividad espontánea de sus inflexiones y la belleza de ciertas melodías borran de un plumazo cualquier resquicio de envaramiento que perviviera entre tanto oficiante de rostro abonado a la solemnidad.

Nyman y McAlmont acaban de grabar juntos The glare, disco que reprodujeron al dedillo. Y se las han ingeniado para descubrir una suerte de pop soul camerístico que suena fresco, diferente, ilusionante, Sobre todo en piezas como In Laos, algo parecido a una balada, pero de una hermosura que casi dolía.

El pianista Michael Nyman, durante el recital ofrecido anoche en el Circo Price.
El pianista Michael Nyman, durante el recital ofrecido anoche en el Circo Price.SAMUEL SÁNCHEZ

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