Libros en la acera
Al lado de los contenedores de basura, desparramados sobre la misma acera: un montón de libros.
Es curioso: con tanta gente como hoy en día veo asomarse al interior de los contenedores y hurga con un bichero ferozmente, y que se llevan objetos rotos para reciclar y muebles rotos y cosas rotas para recomponer y revender, de manera que la calle queda limpia como una patena... los libros se quedan en el suelo. ¡Abandonados! ¡Sobre la acera monótona! ¡Despreciados! Con cierta frecuencia uno descubre los restos de una biblioteca que no le ha interesado ni al trapero más mísero. Es evidente que proceden del piso donde se ha muerto alguien y los herederos, considerando que no valen nada pero que siempre habrá algún excéntrico que los valore, los han dejado ahí.
Yo no me los podía ni me los quería llevar todos; el libro sobre las propiedades terapéuticas del ajo, y el Dale Carnegie, y el manual de Química, se quedaron allí desamparados...
Bueno, las noticias que tengo que darte, amigo lector, no son buenas, no son alegres. ¿Te parece importante Josep Pla? A mí también. Precisamente, acabo de leer el Viaje en autobús, cuya primera mitad es espléndida. (Me turba el capítulo sobre los días de carnaval, con su coplilla: "Un jour de fête/ Un jour de deuil,/ La vie est faite/ En un clin d'oeil"). Bueno, pues, junto al contenedor de basuras yacía un ejemplar nuevecito de Un senyor de Barcelona. Al lado de una Enciclopedia de la vida sexual del doctor López Ibor muy bien encuadernada y en perfecto estado de conservación. Para casa los llevé, como Serrat los zapatos en aquella canción de Béart, Les sabates, "quina sort, hi són quan passo jo, quina sort la neu m'ha ofert un do", que ya entonces era tan anacrónica como nosotros hoy.
El estandarte, en edición de 1968, me lo llevé también (aunque creo que ahora lo está traduciendo Adan Kovacsis) porque es de Lernet-Holenia, el autor de El barón Bagge, y porque la portada llevaba una ilustración de Palet. Y me llevé La fábrica del espíritu, de Karel Capek. Y...
Ofendidos y humillados, desde su nuevo emplazamiento estos libros miran de reojo, desconfiando...
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