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DON DE GENTES | OPINIÓN
Columna
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Carne y chicha

Elvira Lindo

Amo los periódicos. Son mi desayuno diario. Imposible empezar un día sin ellos. Aun así, a pesar de este amor que les profeso, hay días en que me parece que están escritos para otros que no soy yo. Esta semana, al hilo de la semana de la moda de Nueva York, o la Fashion Week, como la llamamos en España muy aborregadamente, se publicó en la prensa la estremecedora noticia de que los diseñadores y los editores de moda están empezando a ser conscientes de que sólo un porcentaje mínimo de mujeres "reales" usa las tallas 34 o 36. Pobres, no tienen tiempo de andar por la calle y las únicas mujeres a las que miran son aquellas que se suben encima de una pasarela, a las que por cierto obligan a no excederse de la 36. La información no se quedaba ahí. El editor de la revista V Magazine, Stephen Gan, una revista de culto para los expertos en moda, confesaba haberse sentido impresionado al enterarse de que en España se exigía a las modelos un mínimo de masa corporal. Éste fue el detonante para que el señor Gan se planteara un proyecto revolucionario: ¿por qué no sacar en sus páginas mujeres que vestían una talla 42, incluso 44? Queridos amigos, éste es uno de los momentos en los que pienso que o bien los periódicos informan sólo para lectoras que usan la 36 (pocas, las que leemos periódicos somos muy de sofá) o bien en muchas ocasiones (me incluyo) somos incapaces de tener una actitud irónica hacia ciertos ámbitos, el de la moda, el del arte o el del lujo. Cierto es que esos mismos mundos han sido muy hábiles parapetándose contra las críticas haciendo ver que todo aquel que no comparte sus normas es un resentido, un cateto o un ignorante. Que conste, ya lo he dicho, que me gusta la moda, aunque cuento con que mientras a los escritores a los que les gusta vestir bien se les llama dandis, a las escritoras a las que les gusta vestir bien y lo confiesan (pocas) se las considera pijas. No damos más de sí. Pero gustándome la moda, y considerando que la confección es uno de los oficios manuales más sofisticados que hay, la pasarela que se hace hoy me espanta. Son muchos los responsables de que se implantara la tendencia de la modelo alienígena, es decir, una mujer con rasgos infantiloides, talla 34, palidez acentuada por el maquillaje y un estilo de andar que recuerda al de las aves zancudas. Sensualidad cero. No conozco a ningún hombre (hetero o no) al que le gusten las mujeres que se haya sentido conmovido por ese espectáculo. La sensualidad se quedó en la calle, donde millones de chicas del mundo vestidas de Zara, Mango o H&M son infinitamente más deseables que las que ha impuesto con vara de hierro el canon de los estilistas. ¿Ahora descubren que pueden desfilar mujeres guapas y con buen cuerpo que alcanzan una 42? ¡Venga ya! Eso no es una revolución, eso es una bobada. El encanijamiento de la mujer se contagió al cine y de la pantalla desaparecieron las Sofías Loren, las Silvanas Mangano, las Marilynes. Es lógico y saludable querer estar en forma, pero esquelético, ¿por qué? No conozco a ningún hombre que haya dejado de querer a una mujer porque pese tres kilos de más. Y es imposible que una mujer que disfrute de la vida pueda mantenerse huesuda a lo largo de los años. ¿Qué tipo de vida nos queda si descartamos alternar, beber vino, tomar un cóctel, mojar pan, sentir el picor refrescante de un sorbo de cerveza, chafardear en los bares o celebrar la vida en los restaurantes? Los restaurantes. Ése es el otro de los asuntos que abundan en los periódicos y que con frecuencia me hacen sentir que no soy la lectora adecuada. Desde hace unos diez días leo (leemos) a diario que elBulli cierra. En realidad, unos días leo que cierra y otros que en realidad lo que cambia es el concepto. Leo y leo, porque hay material fresco todos los días, y ya no sé a qué carta quedarme. ¿Se cierra del todo?, ¿se abre sólo los fines de semana?, ¿habrá mesas sólo para seis y cada cinco meses?, ¿conseguirá ser rentable?, ¿entenderemos el nuevo concepto? Qué angustia. Vaya por delante que me encantan los restaurantes, pero esa nueva tendencia (a la que se prestan los medios) a considerar que sólo sabe de ciudades y de comida aquel que va a restaurantes para "elegidos" me parece pobre. En mi opinión, tener el gusto restringido a los restaurantes exquisitos es ignorar el verdadero sabor de lo urbano. Con frecuencia he renunciado a aquel restaurante en el que hay que pedir mesa con meses de antelación, y me resulta antipático ese tipo de sitio tan en boga en el que sólo las celebridades encuentran mesa. Y no soy refractaria a la nueva cocina, ni a lo exquisito, sé apreciar el encanto de lo original. Como siempre, son los expertos y los papanatas los que van a conseguir, paso a paso, convertir el arte de lo culinario en una materia insoportable. Un poco de ironía, por Dios. La encontré, al fin, en una reseña que escribía Frank Bruni para el NY Times. Hablaba precisamente de aquellos que se consideran parte del pueblo elegido por haber comido en elBulli o en otras Mecas. Celebraba la experiencia en Casa Adrià, pero terminaba diciendo que "una vez que se digiriera la comida y se retornara a la realidad, uno debía contar su aventura con discreción. Ser considerado". Eso sí que es elegancia.

En el mundo de la moda, el arte o el lujo, quien no comparte sus normas es un cateto, un resentido o un ignorante
Tener el gusto limitado a los restaurantes exquisitos es ignorar el verdadero sabor de lo urbano

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Sobre la firma

Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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