Esas vidas que derrapan
Puede ocurrirle a cualquiera. Una concatenación de desdichas y se termina en la miseria, incluso en la calle. Los sin techo simplemente tuvieron peor suerte que nosotros: un despido, una hipoteca imposible, un divorcio ingrato, exceso de alcohol o drogas. Es fácil deslizarse por la pendiente.
Creemos que las figuras del pop esquivan ese pozo, que nunca se hunden del todo. Quizás los royalties sean mínimos pero, si componían, siempre habrá un goteo de derechos de autor. Aparte, la fama añeja se rentabiliza con bolos; eso significa músicos, management, técnicos... una red de seguridad. Antonio Vega podía pignorar sus guitarras pero nunca le faltaron los conciertos.
Otros fueron atrapados por sus demonios. Pienso en Gil Scott-Heron (Chicago, 1949), una de las voces más lúcidas de la cultura afroamericana: éxitos, presencia mediática, discípulos entre la tropa dorada del hip-hop. No lo suficiente para sobrevivir en el negocio de la urban music, tan poco nostálgico: a mediados de los ochenta, desapareció. Era idolatrado en Europa y pudo aprovecharse del acid jazz o las sucesivas recuperaciones del soul, pero la cocaína le hizo poco fiable. En la última década, fue triturado por los inflexibles engranajes del sistema judicial: prisión, rehabilitación forzada, violación de la libertad condicional, nueva temporada encarcelado.
Gil Scott-Heron retorna con el autorretrato de un superviviente enriquecido por la derrota
La crueldad de su situación reside en que Gil se especializó en iluminar vidas devastadas por las adicciones. The bottle (1973) hablaba del alcoholismo, Home is where the hatred is (1974) lamentaba las familias hundidas por la heroína, Angel dust (1978) especificaba los peligros del PCP. Tanta empatía con los perdedores no impidió que se enganchara al crack. Y la legislación estadounidense penaliza especialmente la cocaína fumada (popular en los guetos), más que la cocaína esnifada, habitual entre consumidores blancos.
Un conspiro-paranoico vería aquí una venganza del establishment. Desde que debutó como artista discográfico en 1970 (antes, publicaba novelas), Scott-Heron ejerció de comentarista político, aportando un afilado punto de vista sobre el "problema racial" pero también sobre las grandes controversias: firmó canciones ácidas sobre Watergate, el apartheid, la energía nuclear, los espaldas mojadas, Ronald Reagan.
Según su observación más famosa, la revolución no será televisada. Pero Gil aprovechó su visibilidad -grabó en RCA y Arista- para insertar opinión e información en un universo musical esencialmente hedonista. Su voz cálida cabalgaba sobre los arreglos jazzeros de Brian Jackson, a veces escorados hacia el Caribe. Su impacto derivaba también de la dosificación del humor, la compasión, la complicidad. Evitaba el papel de incendiario intelectual negro, tan aplaudido en los círculos radicales. Pellizcaba conciencias pero sin avivar odios.
Nos pasma la ausencia de solidaridad gremial en su desgracia. De haber sido una rock star de dimensiones similares, habríamos visto manifiestos pidiendo su liberación, conciertos, discos benéficos, abogados potentes. No hubo nada. Además, Scott-Heron parecía aceptar su destino, rechazando el papel de víctima del sistema. Una vez liberado, se perdió en Harlem. Y allí seguiría de no haberse empeñado Richard Russell, jefe del sello londinense XL: le visitó en prisión, le propuso grabar cuando y como quisiera. A principios de 2008, Gil y sus admiradores británicos comenzaron lo que ahora se publica como I'm new here. Un enorme esfuerzo para extraer música de un hombre deteriorado.
El paradigma narrativo exigiría que fuera una reaparición triunfal, un reencuentro del artista con sus añejos poderes. Así está siendo recibido el disco pero no se lo crean. Dura menos de media hora, contiene una canción propia y demasiados recitados con fondos de teclados; respaldado por Damon Albarn o Chris Cunningham, disimula la sequía con versiones de Robert Johnson, Brook Benton, Smog. Aun así, hay verdad en I'm new here: con esa voz quebrada, suena a autorretrato del superviviente enriquecido por la sabiduría de la derrota. Seropositivo y errático (el pasado verano, no se presentó a un concierto en Barcelona), Scott-Heron parece libre de rencores y urgencias. Qué misterio, qué asombrosa lección.
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