Y fue fiesta todo el día
Madrid se llena de celebraciones en las calles del centro - Los chinos saludan la llegada del nuevo año y los madrileños se echan a la calle en la noche de Carnaval
El farolillo cuelga del extremo del palo. Es un cilindro de color rojo chillón y del largo de una cuartilla. Da vueltas y suena al chocar con los otros. Imposible dejar de mirarlo. "¿Quieres uno?", ofrece su porteador. Al preguntarle el nombre, responde con otra pregunta: "¿En China o en España?". Ambos. Se llama Xsia Xsiao U. Que en traducción libre significa Pedro. Tiene 20 años, el pelo liso cortado a trasquilones le cubre la mitad de la cara y trabaja en un comercio chino de la calle de Tirso de Molina. Hoy es uno más en el gran desfile del Año Nuevo Chino. Se mueve con dificultad, como todos, por la gran concentración de curiosos y cámaras, miles de cámaras. Todo el mundo quiere sacar una foto para retratar la sensación de estar en mitad de una película de artes marciales.
Empieza el Año del Tigre, que simboliza "la fuerza, el coraje", explica Pedro casi a gritos. A su derecha, otro compatriota aporrea sin piedad un bombo. Y más abajo suenan platillos y más tambores entre banderas chinas y españolas. Además del ruido, prima la mezcla: camisas orientales rojas con filos de oro para cubrir el cuerpo, parpusas de verbena sobre las cabezas. Entre el desfile, peruanos y ecuatorianos vestidos también con trajes regionales. "Nos han invitado a participar", cuenta Rosario, peruana. "Danzaremos para ellos".
El ritmo ayuda a contonearse a los dragones articulados también de color chillón: amarillos, verdes, rojos... Algunos de los peluches gigantes tienen hasta párpados, que abren y cierran dando saltitos mientras los niños se acercan. Más fotos. Miles de personas (2.000 del desfile y muchas más mirando desde los laterales) caminan en fila entre la Puerta del Sol y la Plaza de España para festejar. Casi todos están contentos. Sólo las estatuas humanas de la calle de Arenal, arrinconadas en las esquinas, ponen mala cara al paso de la comitiva que les distrae a la clientela gratis.
Es la primera que la comunidad china (con 43.923 empadronados en la región, la séptima comunidad extranjera de la región) convoca un desfile masivo por el centro Madrid, al estilo de Londres o París. Es el año de la Exposición Universal de Shangai, como recuerdan centenares de banderines. En el escenario de la Plaza de España suena música instrumental enlatada a todo volumen. Por el atril desfilan representantes de las administraciones españolas que se esfuerzan en felicitar el año nuevo con un par de palabras en chino. En un lateral, el maestro budista Shifu Miao Zi, llegado de un templo de Henan (centroeste de China), hace una exhibición de kung-fu con sus discípulos españoles. A algunos les cuesta seguir la coreografía. Las casetas, abarrotadas, ofrecen empanadillas, arroz, literatura china, collares y un casino: el de Aranjuez. Su relaciones públicas, Alberto Fernández, ofrece folletos en los dos idiomas. No, explica, no es que sea un negocio chino: "Es que son nuestros mejores clientes".
Adolf Hitler, Harpo Marx y el espantapájaros del Mago de Oz caminan juntos por la Gran Vía. Suena Bailando bajo la lluvia. Pasan entre miles de madrileños estancados en las aceras muertos de frío con ojos curiosos. Nadie se mueve. Son las ocho de la tarde y la fábula del Carnaval calienta el asfalto.
La Gran Vía fue el escenario de una película imposible, de bandas sonoras y personajes que nunca se cruzaron ni se cruzarán jamás. Moisés y Ben Hur, subidos a una cuadriga encabezaron el desfile del Carnaval de Cine en la Gran Vía, homenaje del ayuntamiento al centenario de la calle madrileña y a su relación con el cine.
Dirigía el desfile Orson Welles, con los ojos pintados de negro, licencia carnavalesca. Desde la Plaza de España a la fuente de Cibeles pasaron 20 grupos de compañías de teatro y asociaciones de vecinos. El director americano no pudo orquestar todo el jaleo y por momentos se le fue de las manos.
El ladrón impenitente de Bonnie & Clyde, Mami, la sirviente negra de Lo que el viento se llevó, y una cerillera de un cine de la Gran Vía ensayaron una escena tórrida muy acorde a la lujuria de carnaval. Pasaron detrás los vecinos de La Elipa, haciendo tronar los bafles de su carroza con música punk. Un poco después, la asociación colombiana Macondo, tocando fandangos y dejando a su paso un detalle espirituoso: una botella de aguardiente antioqueño.
Por primera vez, el Carnaval cruzó la Gran Vía cumpliendo el mandamiento que Moisés, cabeza del desfile, ordenó para el resto de las fiestas: "Disfrutar sobre todas las cosas y disfrazar al prójimo como a ti mismo".
Enrique VIII y María Tudor beben un cubata de güisqui en el salón de baile del Círculo de Bellas Artes. A su lado, el modisto Karl Lagerfeld apura su copa. Una española burguesa del siglo XIX consume con finura, según dice, "un refresco con interrogante". Están nerviosos. Hay 32 aspirantes a ganar el concurso de disfraces organizado por el Ayuntamiento de Madrid. Tres mil euros de premio, mil menos que en 2009. El detalle de recesión.
Diez minutos después, los cinco miembros del jurado, sacan los bolígrafos para puntuar y buscar al rey o reina del disfraz. Desfilan los concursantes al son de la samba brasileña. Pasa Coco Chanel con Karl Lagerfeld; pasa un monstruo alienígena de Pinto. La música no es demasiado acorde pero la gente les aplaude y se ríe. No faltan la monja, el hombre vestido de mujer suculenta y la cupletista.
Todos se emplean por conquistar el salón de baile del Círculo, un lugar que estuvo proscrito al público durante la dictadura franquista. Javier López-Roberts, subdirector de la institución, explica las reglas del juego durante el túnel del tiempo del régimen: "había baile de máscaras, pero sólo para socios, muchos de ellos ministros. Ellos hacían las normas y al tiempo las infligían". Desde 1969, el baile volvió a celebrarse a la luz poco a poco.
Al final del desfile, después de un largo quórum del jurado, bingo para el número 16, Karl Lagerfeld y Coco Chanel en pareja, campeones del concurso de disfraces de 2010. Son 2000 euros para celebrar. ¿Unas palabras? Sí. Uno de los dos ganadores se dirige al público para señalar el destino del cheque: "a Coco le gusta el alpiste". Queda inaugurado el Carnaval.
![La muerte acecha a los madrileños en el pasacalles de la Gran Vía.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/HJCP3P4FNYPAEO33HIGUGFVFDU.jpg?auth=77a7ceca426f8470ecefc45ec3b3d6407b04a56d38c75ea8da0bf6d50e21790d&width=414)
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