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Tribuna:MI CORAZÓN DELATOR
Tribuna
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Salgari ante las cenizas de Ferrater

Ferrater en la tele, en la medianoche de una vida a medias. Ferrater, su cabeza escarchada por una corona de glaciares. En el documental de Enric Juste Metrònom Ferrater (Bellveure, 2009), que pasó Canal 33 a la medianoche, para los murciélagos que aún ven la televisión, el viejo editor Jaime Salinas alza el dedo, hunde la vista para decir que era él, sí, sonríe, era yo, dice en silencio con el dedo, y la voz, que es la voz exacta, lectora, de Emilio Manzano, sigue el texto del libro F. (Anagrama, 2003), de Justo Navarro, en el que se explica que a los 35 años Gabriel Ferrater se sinceró con un amigo, en la plaza de Prim, en Reus, y le contó que no pensaba seguir viviendo después de los 50 años, porque la vejez es para los viejos. Ese amigo era yo, repite el dedo mudo y sonriente de Salinas. Pero Enric Juste no se ha conformado con hacer un documental poético, para que lo tengan en las tiendas en la sección de poesía; pues esa poesía la ha transformado en justicia humana. El lirismo es la nobleza sin límites de las cosas, la nobleza infinita, histórica, del hombre de la calle, y Enric Juste ha sabido ser realizador de cine y, sobre todo, ha sido hombre de la calle para que puedan cumplirse las últimas voluntades de la hermana de Ferrater. Resulta que Amàlia Ferrater, que murió al poco de terminarse este documental, le había confiado a Enric Juste durante el rodaje que, a su muerte, quería que esparciesen sus cenizas en aquella casa del bosque, en aquel Mas Picarany de su infancia y de la de sus hermanos, donde ahora estaban grabando. Cuando se enteró de la muerte de la hermana, Enric Juste informó de la confidencia que había recibido, y la buena voluntad de los actuales dueños de la casa acabó de hacer posible que un sueño se haya materializado en un puñado de cenizas sembradas donde nada muere, donde todo es semilla. Pero esta historia ya la contaron quienes la sabían de primera mano en la presentación del documental, en el Arts Sant Mònica.Intentad detener, si podéis, a un hombre que viaja con el suicidio en el ojal, escribió el poeta Jacques Rigaut poco antes de dispararse una bala en el corazón, y dicen que puso una almohada entre su cuerpo y la pistola por la cortesía de no notar el frío de la muerte antes de tiempo. Ante el suicidio uno siente la imperecedera fascinación de los hombres de la calle por los destinos trágicos. Robert E. Howard, el escritor pulp, el creador de Conan, se pegó un tiró al pie del hospital donde agonizaba su madre. Jack London, que fue marinero, explorador, buscador de oro, socialista utópico, ladrón de perlas, desapareció en un vendaval de morfina. José Mallorquí, el escritor popular, el creador del Coyote, se pegó un tiro en la cama con una Astra del nueve, y dejó una breve nota: "No puedo más. Me mato. En el cajón de mi mesa hay cheques firmados". Y la firmó: "Papá". Y añadió: "Perdón". Así lo ha contado su hijo, el escritor César Mallorquí. Y siempre Emilio Salgari, que se adentró en el bosque de Turín y con una navaja de afeitar se cortó el vientre y la garganta en su harakiri italiano.

Emilio Salgari, hijo de suicida y padre de dos suicidas, reunió en su funeral a veinte mil personas. En su muerte dejó tres notas. La que iba dirigida a sus editores decía: "A vosotros, que os habéis enriquecido arrancándome la piel a tiras, manteniéndome a mí y a mi familia en una continuada semi-miseria o algo peor, en compensación de las ganancias que os he proporcionado sólo os pido que paguéis los gastos de mi entierro". Emilio Salgari, que se hacía llamar capitán, sin haber tenido nunca este título, fue en realidad un galeote de la escritura. En veinte años escribió más de ochenta novelas y más de cien relatos, muchos de ellos con seudónimo.

De algunos de sus títulos se tiraron más de cien mil ejemplares. Pero cuando se quitó la vida, apenas pudo dejarle ciento cincuenta liras a sus cuatro hijos y a su mujer, encerrada en un manicomio. Una vez un periodista puso en duda su calidad de capitán, y Emilio Salgari lo retó en duelo con espada y le dejó una cicatriz en la cara. Sus travesías en barco no pasaron de un viaje de tres meses por las costas del Adriático; pero tampoco Verne había ido al centro de la Tierra ni a la Luna, ni había volado cinco semanas en globo. A Salgari, que creó a Sandokan, el Tigre de Malasia, sus paisanos de Verona, su ciudad natal, le decían el Tigre de Magnesia. En Italia se impuso la tendencia popular de llamar Sálgari a Salgari y nunca nadie pronunció su apellido de forma correcta. Salgari, que llevará a la imaginación de los europeos la cimitarra, el parang, el kris malayo, pone fin a su vida con su navaja de afeitar.

Emilio Salgari, de corta estatura y tez amarillenta, con uniforme de capitán de barco, ahora se está quedando ciego, vive arruinado, y por tanto no puede dejar de escribir libros, que sólo leen los niños, ni puede parar de fumar, siempre con una botella de Marsala sobre la mesa, su mujer es una actriz que acaba de perder la cabeza, y en un gesto de samurái de la literatura se adentra en el bosque de Turín.

Cuando Emilio Salgari escribe las aventuras de los Tigres de Mompracem y del Corsario Negro, está encendiendo del espíritu heroico, noble, valiente, leal, honesto, que convierte al hombre y a la mujer de la calle en un ser lírico. Emilio Salgari ha leído a Verne con admiración y de él toma los títulos para sus primeros escritos: Dos mil leguas bajo América, A través del Atlántico en globo, Un drama en el océano Pacífico, Los hijos del aire... Sandokan es el Nemo de Salgari. Sin embargo, Emilio Salgari desdeña las profundidades y elige navegar a cara descubierta. Nemo y Sandokan son dos príncipes, cada uno en una costa del golfo de Bengala, a los que el colonialismo europeo les ha matado la familia. Pero donde el capitán Nemo tiene libros, miles de volúmenes de literatura científica, Sandokan guarda carabinas indias, trabucos españoles, sables, puñales y pistolas. El órgano con que el capitán Nemo alcanza sus éxtasis musicales es en Sandokan un harmonio de ébano con el teclado roto. Tanto Nemo como Sandokan viven ocultos en una isla misteriosa. Verne y Salgari son los escritores de aventuras más populares. Verne escribe para imaginar a través de sus descubrimientos. Salgari escribe para vivir a través de sus personajes.

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