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Columna
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Cada palo, su vela

Estamos pasando por la primera crisis económica desde que el euro se convirtió en la moneda de un buen número de los países constitutivos de la Unión Europea, entre ellos España. Para algunos países el tránsito de su moneda nacional a la moneda europea no supuso alteración alguna respecto de su posición en el mercado internacional. La posición de Alemania con el marco era tan sólida como lo es con el euro. Para otros, como España, el tránsito de la peseta al euro sí supuso una alteración muy notable. El déficit por cuenta corriente en que ha incurrido España, en torno al 10% del PIB en el último decenio, no hubiera sido posible con la peseta. La pérdida de competitividad que ese déficit reflejaba habría exigido devaluaciones de nuestra moneda por parte de los mercados. Con el euro hemos podido incurrir en ellos sin devaluación, enmascarándose de esta manera nuestra pérdida de competitividad. El déficit existía, pero no resultaba visible.

La crisis lo que ha venido es a hacer visible lo que no lo era. Si antes del euro, los mercados presionaban sobre la moneda nacional imponiendo la devaluación de la misma, como ocurrió de manera significativa en la última crisis de la peseta, la de 1993, que obligó al Gobierno presidido por Felipe González a devaluarla tres veces entre los 60 días que median entre el decreto de disolución de las Cortes y la jornada electoral, ahora que no pueden presionar sobre la moneda nacional porque no existe, presionan sobre la solvencia del país en el momento de emisión de deuda pública. El déficit tiene que ser cubierto mediante el endeudamiento y en ese momento la fortaleza o debilidad del país se pone de manifiesto. Alemania coloca su deuda sin problemas. A los países que tienen unos fundamentos económicos menos sólidos, les cuesta más.

Cuando llega una crisis, cada palo tiene que aguantar su vela. La crisis nos retrata a cada uno tal como somos sin posibilidad de enmascarar nuestras debilidades. Esto es lo que no está pasando. No solamente a nosotros, pero ya se sabe que mal de muchos...

Pero lo que cabe decir de España como país, cabe decirlo también de las comunidades autónomas y municipios en que se distribuye territorialmente el poder en nuestra fórmula de gobierno. De la misma manera que España tiene que aguantar su vela en el interior de la Unión Europea, cada comunidad autónoma y cada municipio tiene que hacerlo también en el interior del Estado. Nadie puede escaparse de esta exigencia de responsabilidades por parte de los mercados.

Cada instancia de gobierno democráticamente legitimada de manera directa, Gobierno de la nación, gobiernos de comunidades autónomas, gobiernos municipales, va a tener que explicar a los ciudadanos que los eligieron cómo y por qué se ha llegado a la situación en la que las finanzas públicas se encuentran y qué se propone para corregir una situación insostenible.

Una crisis es un momento de individualización de responsabilidades. No solamente tiene que examinarse el Estado español, sino que tienen que hacerlo también las comunidades autónomas y los municipios. Examinarse hacia fuera, ante los mercados, y examinarse hacia dentro, haciendo visible a los ciudadanos el coste del resultado de ese examen externo. El ejercicio del derecho de sufragio no es gratis. Parece que lo es, pero no lo es. Cuando las cosas van bien, parece que no tiene ningún coste. Pero cuando no es así, es cuando se nota la diferencia entre una buena y una mala gestión. En esas estamos. Y en los dos próximos años, que van a estar llenos de elecciones, los ciudadanos vamos a tener amplias oportunidades de reflexionar sobre todo ello.

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