_
_
_
_
AL CIERRE
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El cuerpo, querido Watson

Tuve tiempo de ir varias veces al cine. Pensé que Sherlock Holmes quizá me ayudara a entender el misterio de mi propia mudanza. No andaba errado. Antes de salir de casa, introduje en Google Imágenes el nombre del héroe. El noventa y nueve por ciento de las fotos reproducían la misma iconografía: el detective sepulta su cuerpo en un ataúd de ropa. Incluso el perro animado de Miyazaki esconde su vello perruno bajo el traje, la gabardina, la capa, el sombrero y la pipa. ¿Qué hay de nuevo, viejo?, me pregunté mientras aparecían los títulos de crédito grabados en los adoquines londinenses. La respuesta apareció enseguida: el cuerpo, querido Watson.

La escena clave de la película es el combate clandestino que protagoniza Sherlock Holmes. Su lucha no es por honor ni por dinero. En la lógica psicológica del nuevo personaje (alguien que tiene que ser el motor de una franquicia), el combate se debe a una mezcla de terapia y de impulso autodestructivo. En la lógica narrativa de la película, quitarle la camisa al detective, convertirlo en un luchador implacable, significa subrayar la importancia de su cuerpo en esta nueva etapa de su secular singladura. Aunque la trama dependa de la capacidad deductiva de Holmes, la película avanza en clave de película de acción. El cuerpo es el trampolín desde el que salta la mirada para atar cabos. La inteligencia se somete al vértigo corporal. No podría ser de otro modo en una reencarnación del siglo XXI.

También la corporeidad de la metrópolis es sometida a una operación de cirugía estética. Desde el primer segundo estamos ante una de las mejores recreaciones de la Londres decimonónica. La suciedad, el hollín, el carbón y el humo; la superstición, la política, la criminalidad y la técnica invaden la topografía de The big smoke. El puente de Londres, en construcción, aparece primero como telón de fondo y, en la escena final, como lugar del segundo ahorcamiento del (cuerpo del) malvado. Durante todo el metraje, entre dos casas de esa ciudad -la de soltero y la de casado- se establece la tensión que martiriza al sherlockdependiente doctor Watson. No es casual que la película, que habla de la metamorfosis de un icono, termine cuando se consuma su mudanza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

¿Tienes una suscripción de empresa? Accede aquí para contratar más cuentas.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_