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EXTRAVÍOS
Columna
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Verdad

"Desde muy niño", escribió el pintor Antonio Saura (1930-1998), "me ha obsesionado el Cristo de Velázquez, con su rostro oculto entre cabelleras negras de bailaora flamenca, con sus pies de torero, con su estatismo de marioneta de carne convertida en Adonis". Casi 80 años antes de esta hermosa y precisa descripción de la maravillosa obra velazqueña, Guillaume Apollinaire, con motivo de una crítica del cuadro El Cristo de la sangre, pintado por Zuloaga y exhibido en el Salón de la Nationale de París de 1912, se refirió también, aunque en general, a esos cristos españoles, "lívidos y sangrantes, con cabellera de mujer", pero con el mismo designio de revelar el trasfondo "místico y sensual" de la religión española, al menos tal y como la interpretaron nuestros más notables escritores y artistas de los siglos XVI y XVII, dejando el correspondiente poso. Recordé estas citas al recorrer la extraordinaria exposición, recién clausurada en la National Gallery de Londres con el título Lo sagrado hecho real. Pintura y escultura españolas 1600-1700, que ha concebido y realizado Xavier Bray, un experto en el tema que trabaja en el célebre museo británico.

Se podría decir que muestras sobre arte español del Siglo de Oro se inauguran, como quien dice, todos los días y por cualquier rincón del mundo, sobre todo, desde hace casi un siglo. El alcance, el tema y el valor de las mismas ha sido por fuerza muy variado. De todas formas, al margen del interés y mérito que en cada caso se les asignen, ha habido muy pocas en las que el visitante a las mismas atisbe lo que se cuece por las entretelas éticas y estéticas de la tradición artística española, que no puede sino remitir al alma y la sensibilidad de un pueblo muy antiguo y baqueteado. Éste es el caso, desde mi punto de vista, de la muestra antes citada, aunque su comisario sea un extranjero. Por lo demás, se trata de una exposición muy selectiva, con apenas una treintena de obras, si bien la mayoría obras maestras y trabadas entre sí mediante una secuencia narrativa y escénica de una calidad dramática estremecedora.

Esto último es precisamente el quid de la cuestión: saber contar una historia a través de obras mudas, cuyo desciframiento verbal ha de pasar por un inapelable colador "físico", dando a este término lo que tiene de corporeidad carnal. "¿Lo sagrado hecho real?", me preguntaba a mí mismo ya tan sólo al adentrarme en la segunda sala de la muestra, presidida por el impresionante cuadro Virgen de la Misericordia de Las Cuevas (hacia 1644-1655), de Zurbarán, en el que una joven con un amplio manto azul, sostenido en sus abiertos extremos por dos ángeles, acoge a una comunidad arrodillada a sus pies de blancos cartujos, mientras posa delicadamente sus dulces manos sobre las ásperas testas rapadas de los dos monjes que la flanquean. En esta misma estancia, hay además obras, pinturas y esculturas, de Alonso Cano y Martínez Montañés de pareja intensidad y belleza.

En fin, no voy a decir más de la posterior secuencia del recorrido, que nos depara sucesivos sobresaltos emocionales. "¿Lo sagrado hecho real?" o, también, y quizás mejor: "¿Lo real convertido en sagrado?". Pero ¿no es acaso lo mismo? Hasta cierto punto; si bien la segunda formulación es, a mi juicio, más honda y perenne, no sólo porque todavía nos concierne de una forma tan directa como sólo cabe hacerlo a lo que, tres siglos de por medio, hoy nos sigue erizando la piel, sino porque nos proporciona el único fundamento del arte: que no es simplemente lo real, sino su verdad. Me explico: que hay que ir despojando de capas y escoriaciones a la realidad hasta tocar su auténtico meollo, tal y como nos enseñaron esos viejos maestros españoles y sigue vigente.

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