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Columna
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Sin fe

David Trueba

Se puede rezar sin fe. Muchos lo han hecho durante años. Ya fueran forzados por las circunstancias o porque se sometían a la disciplina del rezo en sus escuelas, en sus pueblos, en sus familias. También están los que rezan en las dificultades, en los retos, en los momentos difíciles e incluso en la hora de la muerte, pero porque no les queda otra cosa a la que agarrarse. Luego están los que rezan a su manera, sin adscribirse a ninguna religión particular. Rezar, por tanto, no es un acto ajeno a los laicos. El presidente Zapatero salió del paso con la habilidad de una anguila frente al desayuno de oración al que la asociación The Fellowship le había invitado. Recordaba un poco a tantos niños que vestidos de marinerito hacen la primera comunión con un escepticismo total o tan sólo esperando los regalos.

Zapatero hizo de la necesidad una virtud. Ya desde el comienzo advirtió que no iba a hablar en inglés no tanto porque carezca de dominio del idioma, sino por rendir homenaje a los creyentes de origen hispano que poblaron aquellas tierras infieles. Impresionante regate. A partir de ahí se podía permitir partir la cintura de cualquier defensa leñero que tuviera intención de romperle las piernas, ya fuera por derecha o por izquierda, porque el dichoso desayuno le ha costado mordiscos desde la ultrarreligiosidad y desde el ultralaicismo. Como si no supiéramos que en el sueldo del presidente va tragarse misas, entierros, desfiles, discursos, apretones de mano y lo que toque.

Zapatero recordó que la Biblia sirve para invadir países indefensos, aplastar democracias laicas, pero también para dar buenos consejos y bendecir la solidaridad. La Biblia está en la mesilla de todos los moteles de Estados Unidos, pero nadie ignora que en esos moteles pernoctan infieles, ladrones, asesinos, estafadores, psicóticos y gente estupenda. A la Biblia de Zapatero me temo que le sobran unos cuantos cientos de páginas, pero fue estupendo que utilizara el Pentateuco para hablar de la inmigración, la explotación y la homofobia. Fue como sacarle una muela a tu dentista. Mientras tanto, en el mundo real, la religión hegemónica, más conocida como la Bolsa, nos recordaba que al final por mucho que a Dios roguemos, no van a parar de darnos con el mazo.

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