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Reportaje:

Villepin sobrevive, respira y... Sarkozy tiembla

La absolución del ex primer ministro le catapulta como alternativa presidencial

Antonio Jiménez Barca

Para soportar las humillantes sesiones de un juicio del que dependía su honorabilidad y su futuro, el acusado Dominique de Villepin buscó en el sótano de su profunda cultura libresca un modelo a su medida en quien identificarse. Y lo encontró: el poeta Guillaume Apollinaire, arrestado en 1911 por cómplice del robo de La Gioconda del Museo del Louvre. Villepin, ex primer ministro, ex ministro de Asuntos Exteriores, el distinguido y literario político francés de atractiva melena blanca, encarnó en febrero de 2003 el rechazo de Francia (y del resto del mundo) a la guerra de Irak en un memorable discurso ante la ONU. Durante el juicio, además de imaginarse como Apollinaire (acusado como él, sobre todo, por frecuentar compañías dudosas), se dedicó a contar las bombillas de las lámparas de la vieja sala del tribunal donde en su tiempo fue juzgada María Antonieta ("Hay 144", le ha confesado a la periodista Anna Cabana).

Un sondeo ya otorga a Villepin un 8% de los votos para las presidenciales
El ex primer ministro supo robar a Sarkozy el papel de víctima

Mientras, Nicolas Sarkozy, presidente de la República, su viejo rival político y detestado adversario (llevan enfrentándose desde 1994), el hombre que, según Villepin, le había conducido hasta ese banquillo deshonroso desde el que podía despeñarse para siempre, se reservaba cada noche unos jugosos minutos en su agenda de jefe del Estado para hablar con su abogado personal, presente en el juicio como parte de la acusación particular, y preguntarle detalles golosos de cada sesión.

Sarkozy ya lo prometió en 2004, cuando se enteró de que, con intención de desacreditarle, alguien -el mismo Villepin, se suponía entonces- había ordenado incluir su nombre en unas listas falsas del banco Clearstream: "Colgaré de un gancho de carnicero a los responsables de esto". La frase macarra se ha convertido ya en un clásico de la política francesa y en una especie de radiografía resumida de los odios que confluyen en el denominado caso Clearstream.

Ejerciendo astutamente el papel de víctima y de agraviado, Sarkozy ganó los primeros puntos en el combate durante los años que duró la instrucción del proceso. Fue entonces cuando decidió aplastar a su viejo rival para siempre. No le bastaba haberlo derrotado en el terreno político al haber sido nombrado líder de la derecha y presidente de la República en 2007. No. Además, quería aniquilar a Villepin, destruirlo, colgarlo del dichoso gancho. El ex primer ministro ha asegurado que no tiene dudas de que Sarkozy maniobró en instancias judiciales para que tuviera que sentarse en el banquillo de los acusados a contar bombillas. De hecho, el abogado de Sarkozy se personó como parte acusatoria y presionó y preguntó al acusado con saña en los interrogatorios.

La táctica de ajedrez del actual presidente de la República era evidente: con un juicio que iba a durar más de un mes y que iba a monopolizar la escena política francesa, con una relación venenosa que se iba a airear con los otros miembros de la trama (las dudosas compañías del nuevo Apollinaire), Villepin quedaría herido de muerte. Sarkozy se lo jugó todo a esa carta vengativa, la de la derrota judicial y definitiva de su adversario para acabar de una vez por todas con su historia de enfrentamiento y menosprecio mutuo.

Pero perdió.

La sentencia absolutoria de Villepin, hecha pública el jueves, no sólo rescata al ex primer ministro del olvido, sino que, en un inesperado efecto bumerán, lo ha catapultado en la escena política hasta convertirlo, de nuevo, en un oponente a Sarkozy para las elecciones presidenciales de 2012. El juicio por el caso Clearstream no ha significado la tumba de Villepin sino, paradójicamente, su trampolín, le ha convertido de un día para otro en el anti-Sarkozy de la derecha, opuesto a él en todo, en temperamento, carácter, aficiones, amistades, cultura, gustos y estilo... menos en el caladero electoral.

Astutamente, Villepin robó a Sarkozy el primer día del juicio ese papel de víctima que tan buenos resultados da. Antes de entrar en la sala declaró solemnemente delante de un muro de periodistas: "Estoy aquí por el ensañamiento de un hombre: Nicolas Sarkozy".

El viernes, después de enterarse de que la fiscalía de París recurrirá la sentencia, convencido de que la decisión parte del Elíseo, persistió en ese papel dispuesto a rentabilizarlo hasta el final: "Sarkozy sigue empeñado en el encarnizamiento y el odio".

Un miembro del Gobierno francés aseguraba el viernes en el periódico Le Parisien que Sarkozy se equivocó al tratar de estrangular a Villepin cuando le tenía vencido: "Una vez elegido presidente, debería haber pasado a otra cosa. Villepin estaba dispuesto a pasar página con una embajada lustrosa o un puesto internacional. Estaba harto de la política. Ahora se ha convertido en un mártir y en una bestia política". Carece de partido y de estructura, pero un sondeo le pronostica un 8% de votos en la primera ronda de las elecciones presidenciales. Lo suficiente como para inquietar a Sarkozy.

Durante el juicio, Villepin se defendió con contundencia y eficacia. A sus 56 años, este hombre elegante y distinguido de 1,93 de estatura aguantó de pie el día entero de su declaración sin titubear ni desfallecer. No en vano se había preparado desde hacía meses corriendo una hora y media al día. Ni una vez durante el mes largo en que duró el juicio el ex primer ministro cruzó la mirada ni la palabra con los otros principales acusados, el paranoico Jean-Louis Gergorin, cerebro atormentado de toda la trama, y el inteligente y mentiroso Imad Lahoud, el hábil informático que falsificó las listas. No se mezcló con ellos. Y la sentencia los separa definitivamente, precisando que Gergorin manipuló a Villepin, reforzando así su provechoso papel de víctima.

No sólo eso. La citada periodista Anna Cabana, en un reciente libro titulado La verticale du fou dedicado al ex primer ministro, asegura que fue precisamente ese juicio lo que ha decidido a Villepin a continuar en su lucha política "al más alto nivel".

De ser cierto, en esas semanas en que sentado al lado de dos falsificadores contó las 144 bombillas pensando en su destino y en el de Apollinaire (que fue absuelto también, dicho sea de paso), Villepin se convenció de que su enemigo Sarkozy, infligiéndole ese castigo, le indicaba lo que debía hacer en cuanto saliera de allí: seguir combatiéndole.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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