El "western" chino
Xinjiang emerge desde las profundidades de Eurasia como el eje de un ambicioso proyecto chino de desarrollo, con profundas implicaciones en la geopolítica regional e impacto en el ascenso de China en el orden internacional. El impulso de Pekín es tan potente que posiblemente Xinjiang esté viviendo una transformación más profunda en las dos últimas décadas que en los dos últimos milenios. No obstante, su abrupta irrupción en la agenda informativa se ha producido como resultado de la violencia interétnica que sacudió Urumqi, la capital provincial, el pasado mes de julio y se saldó con casi doscientas personas muertas, la mayor parte de ellas a manos de las turbas de uigures o hanes que aterrorizaron la ciudad durante dos días. Estos violentos incidentes han puesto de manifiesto la profunda fractura que existe entre ambas comunidades y que amenaza seriamente la estabilidad del oeste de China.
Las grandes infraestructuras están haciendo de Xinjiang una región cada vez menos remota para el resto de China
El auge de Xinjiang es imparable. En los tres últimos lustros se han abierto cerca de veinte puertos terrestres
Pekín no distingue las reivindicaciones de los uigures. Todas están dentro del terrorismo, extremismo y separatismo
El enfrentamiento entre las comunidades Uigur y Han augura tiempos turbulentos para XinjiangLa convivencia de chinos y uigures no es sencilla. Los hanes desplazan a los uigures y transforman el entorno
Los uigures son un pueblo de lengua túrquica, tradición sedentaria y religión musulmana sunita. Constituyen una de las 55 minorías étnicas reconocidas oficialmente por el Estado chino y son los que han mostrado una resistencia más tenaz a la asimilación y el dominio de Pekín. Desde una perspectiva histórica y cultural, los uigures están muy próximos a los restantes pueblos turcófonos de Asia central, especialmente a los uzbekos, y consecuentemente presentan escasas o nulas afinidades culturales con los chinos hanes. No obstante, son la rapidez y el alcance de los cambios los que han agudizado el malestar y el enfrentamiento de la comunidad uigur con las autoridades chinas y la población han en Xinjiang. Desde principios de los años noventa, el activismo uigur se ha revitalizado, y con él, sus sueños de constitución de un Uigurstán o Turkestán oriental independiente. Pekín, por ello, percibe riesgos y una potencial amenaza para su irrenunciable integridad territorial.
Las autoridades chinas han respondido a este desafío combinando tres tipos de políticas: la represión dura y sistemática de cualquier activismo uigur, el reforzamiento de las medidas de asimilación y disolución de su identidad, y la realización de grandes planes de desarrollo en los que los chinos hanes se arrogan normalmente el papel de agentes modernizadores de la comunidad uigur. Todo lo cual confiere al proyecto chino en Xinjiang un fuerte carácter colonial.
En el año 2001, China puso en marcha un mastodóntico plan para desarrollar esta región y otras aledañas con la intención de fortalecer su integración con el resto de la estructura económica del país y tratar de reducir al mismo tiempo los fuertes desequilibrios existentes entre las regiones interiores y las zonas más dinámicas de la costa. La construcción de grandes infraestructuras de comunicación está transformando inexorablemente el paisaje regional y haciendo de Xinjiang una región cada vez menos remota y más accesible para el resto de China.
La empresa no es sencilla. Con sus más de millón y medio de kilómetros cuadrados, unas tres veces el tamaño de España, Xinjiang representa una sexta parte del territorio chino. Además, el paisaje está marcado por el desierto del Taklamakán, que ocupa toda la zona central de la región y es uno de los lugares más áridos e inhóspitos del planeta. La población, por ello, se concentra en los fértiles valles del norte de Xinjiang y en los oasis del sur, que constituyen el corazón de la cultura uigur.
A pesar de su tamaño, Xinjiang cuenta sólo con unos veinte millones de habitantes, aunque su número crece rápidamente debido a la constante llegada de inmigrantes chinos hanes, que acuden atraídos por las oportunidades que ofrecen estos grandes proyectos. Esta inmigración han es precisamente el principal combustible que alimenta el malestar uigur.
"Somos una especie en extinción", es uno de los lamentos más frecuentes en boca de los activistas uigures, y aunque se trata de un aserto excesivo para considerar la suerte de una población que ronda los nueve millones de personas, es cierto que la sistemática inmigración desde otras partes de China está transformando el panorama etnográfico y el propio paisaje de la región. Sólo en la década de los noventa llegaron a Xinjiang algo más de 1,8 millones de chinos hanes, cuyo número total en las cinco últimas décadas se ha multiplicado por 25 hasta acercarse a los ocho millones actuales, pasando de ser menos del 7% a alrededor de un 40% del total de la población de la región en el momento actual. En el mismo periodo de tiempo, los uigures han pasado de representar casi un 80% a apenas un 45%. El resto de los habitantes de Xinjiang se adscriben a otras minorías étnicas, tales como kirguises, tayikos, mongoles, xibes o manchúes, y entre las que destacan los kazajos, que rondan el millón y medio, y los hui o dunganos, tanto por su número cercano al millón como por ser un instrumento clave en la política china de promoción de las divisiones étnicas.
En cualquier caso, y como resultado de esta inmigración, se configura un escenario muy polarizado y complejo. Chinos y uigures comparten un mismo espacio, pero su convivencia no es sencilla. La llegada de los hanes suele provocar el desplazamiento de los uigures y la transformación del entorno. El derribo de casas y las nuevas edificaciones en Kashgar, la ciudad más importante de la zona meridional, son un buen ejemplo de esta dinámica. De igual forma, se produce una progresiva sinificación del espacio público y simbólico, mientras que lo uigur se reduce a sus aspectos más folclóricos. La mayor parte de la juventud uigur se adapta a los planes de estudio y el uso del mandarín como un elemento imprescindible para optar a mayores oportunidades profesionales. Pero el resultado de estas políticas no es el deseado, ya que provocan un sentimiento de agravio y la exacerbación de los signos culturales y de identidad propios en buena parte de la comunidad uigur.
La modernización de Xinjiang es necesaria, y sin duda, para territorios enclavados y sin salida al mar, el desarrollo de vías de comunicación es de una importancia crucial e imprescindible para conectar con los flujos globales. Sin embargo, la dureza de algunas políticas genera serias dudas sobre su idoneidad. Las autoridades de Pekín no hacen distinciones entre las diferentes reivindicaciones y actividades uigures y categorizan todas ellas dentro de la denominada lucha contra las "tres fuerzas": el terrorismo, el extremismo y el separatismo. La contundencia y alcance de las medidas represivas ha permitido aplacar el activismo uigur y acallar su voz en Xinjiang, pero también ha contribuido a la radicalización de algunos segmentos de esta población y, sobre todo, al incremento de la tensión en la región. A ello se suma la desigual repercusión de los planes de desarrollo entre ambas comunidades, lo que refuerza la percepción entre los uigures de constituir una ciudadanía de segunda categoría en lo que por historia consideran su territorio.
Precisamente, con relación a la historia de Xinjiang existen dos discursos confrontados. La disputa llega incluso hasta el nombre que debe recibir la región: "Xinjiang" o "región del Oeste" son, desde la óptica uigur, imposiciones chinas, mientras que "Turkestán oriental" o "Uigurstán" son, desde la perspectiva china, sinónimos de separatismo.
La historiografía oficialista china establece que su dominio sobre Xinjiang se remonta al menos hasta el 60 antes de Cristo, pero no es hasta 1758 cuando se produce la conquista, reunificación en el discurso chino, y se inicia el lento proceso de integración de este territorio con el resto de China. Por su parte, el discurso propagandístico uigur pretende que el "Turkestán oriental es la patria de los uigures desde hace por lo menos 4.000 años", pero, tal como apunta el profesor Walker Connor, cualquier discurso etnonacional que se proyecte en el tiempo mucho más allá del siglo XIX debe ser acogido con cautela.
A lo largo de la historia, el vasto territorio de Xinjiang ha estado ocupado por pueblos muy diversos y ha recibido influencias culturales de lo más variadas. Las civilizaciones persa, túrquica, árabe, tibetana, mongol, china e incluso rusa han dejado en mayor o menor grado su impronta cultural, y hasta la definitiva adopción del islam, un largo proceso que empezó alrededor del siglo X y no concluyó hasta el XVI, el maniqueísmo, el tengrianismo, el cristianismo nestoriano o el budismo fueron algunos de los cultos practicados en esta zona.
A la conquista acometida por la dinastía imperial Quing en 1758 le sigue una primera etapa de dominio indirecto, lo que fue aprovechado por el imperio ruso, y en menor medida el británico, para penetrar en la región durante la época del Gran Juego. Para afianzar su posición, las autoridades chinas establecieron el 14 de noviembre de 1884 la provincia de Xinjiang (que significa nuevo dominio o territorio) bajo la administración directa de un gobernador han en Urumqi. No obstante, la autoridad de Pekín se mantuvo frágil y en ocasiones incluso inexistente durante el convulso periodo que va desde la caída del poder imperial en 1911 hasta la consolidación del poder comunista en 1949, época especialmente inestable y oscura en Xinjiang. Sin embargo, los uigures no fueron capaces de establecer un movimiento unitario y declarar, como habían hecho los mongoles o los tibetanos en 1911, la independencia de su territorio.
Pero durante este periodo, nacionalistas uigures consiguieron establecer repúblicas independientes: en 1933 se establece en Kashgar la primera república del Turkestán oriental, de fuerte carácter islámico y efímera existencia, pues apenas duró cuatro meses. Posteriormente, en 1944 se constituyó la segunda república del Turkestán oriental en los tres distritos del norte fronterizos con la Unión Soviética (Ili, Tarbagatai y Altai) de carácter nacionalista y que sucumbió cuando Moscú le retiró su apoyo al producirse su acercamiento a la China de Mao, cuyas fuerzas ocuparon militarmente estos tres distritos en 1949. El recuerdo de esta república independiente permanece como principal referente del independentismo uigur. El 1 de octubre de 1955 se crea la región autónoma del Xinjiang Uigur dentro de la República Popular China y se consolida el dominio chino sobre este territorio.
La explotación de los recursos naturales es otro de los ejes de la acción de Pekín en la región en estos tiempos. El subsuelo de Xinjiang alberga, además de oro y uranio, unas notables reservas de gas natural y petróleo, de alto valor estratégico en el contexto actual. La demanda de energía en China aumenta con tanta rapidez que el país es crecientemente dependiente del suministro exterior para mantener su desarrollo económico.
Este suministro, procedente fundamentalmente de Oriente Próximo y África, debe transitar por el océano Índico y atravesar el congestionado estrecho de Malaca, entre Malasia e Indonesia. Esta situación no hace sino agudizar la percepción de vulnerabilidad de los estrategas chinos ante hipotéticos cortes, intencionados o no, del suministro exterior. Y es esta perentoria necesidad de garantizar su abastecimiento energético lo que explica el porqué de los titánicos esfuerzos que está realizando Pekín para superar las enormes dificultades logísticas y geológicas que ofrece Xinjiang y hacer posible la recuperación de estas reservas de petróleo.
Por otro lado, tanto para optimizar y amortizar estas grandes inversiones como para fortalecer su seguridad energética, Pekín ha alcanzado importantes acuerdos de suministro de petróleo con Kazajistán y de gas natural con Turkmenistán que contemplan igualmente la construcción de las infraestructuras necesarias para su transporte. Así, el oleoducto que une Kazajistán con China bombea ya petróleo desde el mar Caspio hasta Xinjiang, y el gasoducto que une Turkmenistán con el territorio chino fue inaugurado el pasado mes de diciembre. De igual forma, se ha proyectado la construcción de otro oleoducto a través de Pakistán que conecte sus puertos del mar Arábigo con el sur de Xinjiang. Precisamente la participación de Pekín en el desarrollo del puerto paquistaní de Gwadar despierta las suspicacias de otras grandes potencias, como la India, que observan con recelo la creciente capacidad de proyección naval y presencia china en el Índico.
De igual forma, y para favorecer las sinergias, las autoridades chinas promueven las relaciones comerciales transfronterizas en Xinjiang, cuyo auge es imparable. Sólo en los tres últimos lustros se han abierto cerca de veinte puertos terrestres que son cruzados diariamente por cientos de pequeños y grandes comerciantes y constituye una de las escenas más impresionantes de las nuevas realidades centroasiáticas. En última instancia, Pekín aspira a hacer de Xinjiang el polo dinamizador del Asia interior y el eje sobre el que articular una nueva y visionaria ruta de la seda que conecte Europa y Asia por vía terrestre. Todo lo cual fortalece el carácter estratégico de una región en la que China tiene su polígono de ensayos nucleares y es fronteriza, de Este a Oeste, con Mongolia, Rusia, Kazajistán, Kirguizistán, Tayikistán, Afganistán, Pakistán y la India.
Los atentados del 11-S han tenido una repercusión directa en Xinjiang. Por un lado, el inicio de la operación en Afganistán ha supuesto el desembarco de Estados Unidos y la OTAN en países fronterizos con Xinjiang (Afganistán, Kirguizistán y Tayikistán). Esta presencia irrita a Pekín y eleva la importancia de la región que le sirve de plataforma de proyección hacia Asia central y meridional. Por otro lado, las autoridades chinas han tratado de vincular su lucha contra el activismo uigur con la "guerra contra el terrorismo" iniciada por la Administración de Bush.
Los incidentes violentos han salpicado Xinjiang en las dos últimas décadas, algunos de ellos de clara naturaleza terrorista, como los ataques con bombas contra autobuses urbanos en Urumqi en febrero de 1992 y 1997. No obstante, y a pesar de la presencia de unos doscientos uigures combatiendo del lado talibán en Afganistán, los vínculos del activismo uigur con el terrorismo internacional no parecen sólidos, o al menos no tan fluidos como suelen argüir en ocasiones las autoridades chinas. De hecho, los sucesos que han costado más víctimas hasta los disturbios de este verano han sido las manifestaciones uigures reprimidas por las fuerzas de seguridad tal y como sucedió en Guljá (Yining) a principios de febrero de 1997.
Por otra parte, los disturbios del pasado mes de julio representan un salto cualitativo muy grave dentro de la dinámica de Xinjiang. De un conflicto que tradicionalmente enfrentaba al activismo y la comunidad uigur con las autoridades y fuerzas de seguridad chinas se pasa a un enfrentamiento abierto entre comunidades: la uigur por un lado y la han por otro. Lo cual en el polarizado escenario actual augura tiempos difíciles y turbulentos para Xinjiang.
Pekín suele responsabilizar al exilio uigur y sus organizaciones de los brotes de agitación que padece Xinjiang. Pero lo cierto es que aunque son muy activas y elevan progresivamente la visibilidad internacional de su causa, especialmente desde la designación de Rebiya Kadeer como cabeza del Congreso Uigur Mundial, las organizaciones uigures no tienen una gran influencia en el desarrollo de la situación interna en la región, ni tampoco capacidad para desafiar la soberanía y el sólido dominio chino sobre Xinjiang. De hecho, el control de Pekín sobre la región puede que sea ahora más fuerte que nunca. Si bien, el malestar de la comunidad uigur con su situación es probablemente ahora también más fuerte que en cualquier tiempo pasado.
El futuro de Xinjiang dependerá esencialmente de las políticas que implemente Pekín y de las respuestas que ofrezca la minoría uigur. Es decir, de la habilidad de Pekín para promover la integración armoniosa de la comunidad uigur y de la capacidad de esta minoría para acomodarse satisfactoriamente en la estructura del Estado chino.
Y del futuro de Xinjiang dependerá en buena medida el propio ascenso de Pekín en el orden internacional. La hipotética consolidación de China como potencia continental dominante en el espacio euroasiático le brindará un formidable potencial para su consolidación en el escenario global. No obstante, el gran desafío para Pekín seguirán siendo sus problemas de desarrollo.
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