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Columna
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Dirigentes perpetuos

Una de las críticas que con frecuencia he hecho a los dirigentes del Partido Popular es la urgencia en su afán de gobernar. Una urgencia que ha determinado que casi siempre estén más preocupados por el desgaste y destrucción del adversario que por el avance y desarrollo de la sociedad. El empleo de los sentimientos como instrumento mediático para captar un determinado flujo de votos ha sido una de estas críticas. Otra, la utilización de los hechos que definen una realidad, transformándolos de forma que pueda percibirse de otra diferente. Así, entre una y otras, han ido pasando estos años en la oposición. Ahora, con viento a favor por las recientes encuestas, retoman con fuerza estas maniobras y esta urgencia. Sus recientes intentos de provocar un debate sobre la cadena perpetua en la sociedad y el nuevo enfoque sobre la inmigración que quieren realizar son ejemplos de esta prisa por gobernar. Unos planteamientos que abordan con tanto descaro como en tiempos pasados. Creen, una vez más, en su victoria. También la ven posible en Andalucía y echan, en esta ocasión, la casa por la ventana. Nada de medias tintas. Ahora o nunca, dice el eterno aspirante a presidente de Gobierno de Andalucía. Y así, Javier Arenas, que se atribuye ser de centro y el autor del posible cambio tranquilo, muestra su patita y se suma a los posicionamientos que mantienen los elementos más ultraconservadores de la sociedad en materia de inmigración y en el tratamiento de los delitos. Es necesario sumar. Es necesario también volver atrás. Las leyes de inmigración, aprobadas en el año 2007, no sirven. Los inmigrantes no se pueden empadronar si no tienen dónde caerse muertos aunque malvivan por nuestras calles. Si no hay sanidad ni colegios para ellos ya buscaran otra solución. Fuera. La cadena perpetua es el instrumento adecuado para castigar determinados delitos. Tiene cabida en la Constitución -dice Javier Arenas- y, si no, se busca. Son debates antiguos; ampliamente superados por la sociedad, como reflejan las leyes actuales. De nuevo aparecen.

No es esta columna el espacio más adecuado para hablar en profundidad de razones en derecho a favor o en contra. Sí, en cambio, para deslizar algunas reflexiones, como las que estoy realizando, sobre el oportunismo del presidente del Partido Popular de Andalucía y de algunos más. La utilización de la crisis económica para cargar contra los inmigrantes y el debate de la cadena perpetua coincidiendo con el aniversario del asesinato de Marta del Castillo, es querer trasladar a la opinión pública que la no obligatoriedad legal del empadronamiento y una mayor dureza de las leyes -son de las más duras de Europa- ayudarían a salir de la crisis y a eliminar delitos.

Una maniobra, la que se está haciendo, que refleja aparentemente que estos son los objetivos, pero es algo más. Expresa, a poco que miremos, que estos dirigentes perpetuos quieren desandar el camino andado. Que el cambio tranquilo que anuncian no es tal cambio, sino la destrucción de algunos avances sociales y la eliminación de muchos de los valores que se han alcanzado en esta democracia moderna. No rectifican sus posturas de siempre ni sus estrategias de toda la vida. Quieren demostrar que aquéllas eran válidas; que las mismas por las que perdieron siguen siendo actuales y necesarias. Continúan en un voluntarismo permanente. No se equivocaron. Erraron los votantes. El sentir popular es suyo. Siguen igual. Es su clase de oposición. No ayudan a gobernar. No han ayudado a gestionar ni un solo problema del Estado ni de esta comunidad. No se ha dado un acuerdo en Andalucía, ni siquiera el de concertación social en tiempo de crisis.

Que continúen con esta forma reaccionaria de actuar, que sigan negándose a aceptar el presente para avanzar y que prorroguen sus maniobras y estrategias acudiendo a un populismo oportunista. Olvidan que con estas maniobras -a su historia más reciente, y no tanto en Andalucía, me remito- no ganaron. Otra vez creen que sí. Puede que no. Claro que mientras tanto, y faltan dos años, perdemos todos.

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