El dilema de Bernanke
Un republicano ha ganado en Massachusetts y, de repente, no está claro si el Senado confirmará a Ben Bernanke como presidente de la Reserva Federal para un segundo mandato. Eso no es tan extraño como parece: Washington se ha dado cuenta de pronto de la indignación de los ciudadanos ante las políticas que han rescatado a los grandes bancos, pero no han conseguido crear empleo. Y Bernanke se ha convertido en símbolo de esas políticas.
¿Cuál es mi postura? Admiro profundamente a Bernanke, como economista y por su respuesta a la crisis financiera. (Para conocimiento general: antes de irse a la Reserva, dirigía el Departamento de Economía de Princeton y me contrató para el puesto que actualmente tengo allí). Pero sus detractores tienen buenos argumentos. Como conclusión, estoy a favor de su renovación en el cargo, pero sólo porque destituirle podría empeorar las políticas de la Reserva, no mejorarlas.
Estoy a favor de la renovación, pero sólo porque sustituirle podría empeorar las cosas
¿Cómo hemos llegado a una situación en la que eso es lo mejor que puedo decir? Bernanke es un excelente investigador en economía. Y desde la primavera de 2008 hasta la de 2009, su experiencia académica y su función política encajaron a la perfección, ya que empleaba tácticas agresivas y poco ortodoxas para esquivar una segunda Gran Depresión.
Desgraciadamente, ésa no es toda la historia. Antes de que estallara la crisis, Bernanke era en gran medida un funcionario de la Reserva convencional y típico, que compartía plenamente la complacencia de la institución. Y lo que es peor, después de que terminase la fase aguda de la crisis, volvió a sumergirse en esa corriente dominante. Una vez más, la Reserva siente una complacencia peligrosa y, una vez más, Bernanke parece compartirla.
Fíjense en estos dos problemas: la reforma financiera y el paro.
Allá por el mes de julio, Bernanke habló en contra de una propuesta de reforma clave: la creación de un nuevo organismo de protección financiera de los consumidores. Instó al Congreso a mantener la situación actual, en la que la protección de los consumidores ante las prácticas financieras injustas es responsabilidad de la Reserva Federal.
Pero el problema es éste: durante la época que precedió a la crisis, mientras proliferaban los abusos financieros, la Reserva no hizo nada. En concreto, ignoró las advertencias relacionadas con los préstamos subprime. Por eso llamaba la atención que en su declaración Bernanke no reconociese ese fracaso, no explicase lo que había pasado y no ofreciese razones para creer que la Reserva se comportaría de forma diferente en el futuro. Su mensaje se reducía a: "Sabemos lo que estamos haciendo; confíen en nosotros".
Como he dicho, la Reserva ha retornado a una complacencia peligrosa. Y luego está el paro. Puede que la economía no se haya hundido, pero está en una situación terrible, en la que el número de personas que buscan trabajo es seis veces superior al de puestos vacantes. Y Bernanke tampoco espera ninguna mejora rápida: el mes pasado, cuando predijo que el paro iba a bajar, admitió que el ritmo de bajada sería "más lento de lo que nos gustaría". De modo que, ¿qué propone que se haga para crear empleo?
Nada. Bernanke no ha dado ninguna muestra de que sienta la necesidad de adoptar políticas que puedan reducir el paro más deprisa. En lugar de eso, ha respondido a las insinuaciones de que la Reserva tome más medidas con frases huecas sobre "el anclaje de las expectativas en cuanto a la inflación". Es duro, pero cierto, afirmar que se comporta como si la misión ya estuviese cumplida ahora que se ha rescatado a los grandes bancos.
¿Qué ha pasado aquí? Yo tengo la sensación de que Bernanke, como muchas personas que trabajan codo con codo con el sector financiero, ha terminado viendo el mundo a través de los ojos de los banqueros. Lo mismo podría decirse de Timothy Geithner, el secretario del Tesoro, y de Larry Summers, el principal economista de la Administración de Obama. Pero ellos no están a merced del Senado, mientras que Bernanke sí lo está.
Teniendo esto en cuenta, ¿por qué no rechazar a Bernanke? Hay otras personas con el peso intelectual y la sabiduría política necesarios para asumir el puesto: entre los posibles candidatos estarían mi compañero de Princeton Alan Blinder, ex vicepresidente de la Reserva, y Janet Yellen, la presidenta de la Reserva de San Francisco.
Pero -y aquí llega mi defensa de la renovación de Bernanke- cualquier buena alternativa para el puesto supondría una lucha encarnizada en el Senado. Y optar por una mala alternativa tendría consecuencias verdaderamente nefastas para la economía. Además, las decisiones políticas en la Reserva se toman mediante la votación del comité. Y aunque Bernanke parece estar demasiado poco preocupado por el paro y excesivamente preocupado por la inflación, muchos de sus compañeros son peores. Sustituirle por alguien menos respetado, con menos capacidad para influir en la discusión interna, podría terminar fortaleciendo las garras de los halcones de la inflación y haciendo aún más daño a la creación de empleo.
Eso no es un respaldo incondicional, pero es lo mejor que puedo ofrecer. Si Bernanke es reelegido, él y sus compañeros tienen que darse cuenta de que lo que ellos consideran un éxito de la política es en realidad un fracaso. Hemos evitado una segunda Gran Depresión, pero nos enfrentamos a un paro masivo -un paro que arruinará las vidas de millones de estadounidenses- durante los años venideros. Y la Reserva tiene la responsabilidad de hacer todo lo que pueda para acabar con esa plaga.
Paul Krugman es profesor de Economía en Princeton y Premio Nobel de Economía 2008. © 2009 New York Times News Service. Traducción de News Clips.
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