'El cónsul de Sodoma'
Como editor de Jaime Gil de Biedma. Conversaciones y autor de alguna crítica a la biografía de Gil de Biedma publicada por M. Dalmau -crítica que los lectores pueden encontrar en el número 86 de Letra Internacional-, me permito colaborar en la polémica, llamando la atención del jurado que entregará los Goya sobre una de las nominaciones: la del Goya al mejor guión adaptado de El cónsul de Sodoma. Si el guión ha sido adaptado de la citada biografía, el resultado ha sido necesariamente el esperado: un fiasco.
La biografía de Dalmau está ordenada como un tríptico a partir de una manipulación chapucera de varios cuadros de Bacon. El primer panel del tríptico aborda la historia familiar y personal del poeta en 75 páginas, para las que no ha necesitado consultar ni un solo libro de historia. Y el segundo repasa, con jugosos errores de interpretación, la obra de Gil de Biedma en 125 páginas. Ambos paneles se cierran en 1985. El tercer panel relata con naturalismo clínico, y en clave rosa, la vida sexual del poeta, que ocupa las 255 páginas restantes hasta 1990.
El tríptico no parece estar bien compensado. En realidad, las dos primeras partes no son más que un aperitivo mal descongelado antes de atacar el chuletón casi crudo de la enérgica y atareada sexualidad del poeta, que ya no escandaliza ni a los niños de la doctrina. La bibliografía "básica" de la obra, limosna a la puerta de una iglesia, no puede ocultar el feo vicio del autor de no mencionar las fuentes y, lo que es peor, apropiarse indebidamente de ellas. Por ejemplo, de Shirley Mangini, a la que utiliza sin escrúpulo, o sea, sin las obligadas comillas, que son las que indican el propietario del texto. Y no cabe aquí la eximente de intertextualidad, que consiste, según Bajtin, en un diálogo textual y no en una mera copia.- Javier Pérez Escohotado.
A propósito del estreno de El cónsul de Sodoma, el novelista Juan Marsé escribe un artículo en su periódico titulado Peliculeros, que vuelve a destapar, entre otros aspectos, su longeva animadversión hacia el cine español. Lo que más llama nuestra atención, sin embargo, no es la intolerancia que demuestra al tachar de "gacetilleros" a todos los que no opinan como él; lo que más sorprende es su desatado egocentrismo. Al final de cada uno de los párrafos de su artículo, la verdad desagradable asoma: a Marsé sólo le importa Marsé. Su ombligo es el centro del universo. Lo más triste de esta mirada umbilical es que apenas repara en "su amigo" Jaime Gil de Biedma. Lo único que le interesa subrayar es que el poeta apenas tuvo influencia en su novela Últimas tardes con Teresa. ¡Qué gran muestra de amor hacia el compañero ausente! Marsé no acepta, en fin, que un grupo de cineastas quiera amplificar la vida y obra del "poeta de la experiencia". ¿Por qué? ¿A qué se debe tanto y tan extraño recelo?
Que más de una docena de sus poemas se desgranen íntegramente a lo largo del metraje -ocupando, por cierto, la mayor parte del mismo-, o que la película acerque la esencial y bellísima obra de Gil de Biedma al gran público poco le interesa al novelista. A nosotros, sí. Mucho. Tener la certeza de que son numerosos los espectadores que, tras ver la película, se aproximan a los libros del poeta por primera vez, nos llena de orgullo y recompensa todo nuestro esfuerzo. Que varias de las personas que conocieron y estimaron a Jaime salgan de la proyección profundamente conmovidas, también.
El señor Marsé, mientras tanto, no debe desfallecer. Quizá algún día, un guionista escriba una película sobre él.
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