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Columna
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Google.cn

David Trueba

Los españoles estamos demasiado enfangados en el debate sobre si el consumo de contenidos en Internet debe estar limitado por las reglas del mercado o ser la primera piedra en la abolición de la propiedad privada; lo trágico es que no seamos capaces de ver que hay países que están lidiando en la Red la batalla por la libertad de pensamiento y opinión. Verdaderos héroes están pagando con años de cárcel, desapariciones y amenazas, el atrevimiento de usar Internet para denunciar la ausencia de libertad. La semana pasada se supo que el Gobierno chino podría estar detrás del espionaje a través de Google de disidentes, organizaciones de derechos humanos y empresas estratégicas.

China da así un aviso claro a todos los que creen que algo escapa a su control y parece forzar de paso la salida del país del gigante de la información. Hace cuatro años Google aceptó las condiciones de censura en su buscador chino a cambio de poder instalarse en el país y expandir el negocio. La decisión tenía un tufo indecente, pero era justificada como un mal menor: poco a poco las limitaciones tenderían a desaparecer y la libertad penetraría dentro de ese caballo de Troya. Algo así como cuando la televisión por satélite fomentó la crisis en muchos países totalitarios, que no podían ocultar por más tiempo la información a sus ciudadanos. Pero la persecución del Gobierno chino contra las páginas críticas y la condena a 11 años de cárcel de Liu Xiaobo por liderar un manifiesto reclamando la democracia para el país demuestran que la inoculación del virus de la libertad va más lenta de lo que creíamos. Seguir haciendo dinero en esas condiciones es una encrucijada para Google, pero también delata el doble rasero con el que las democracias tratamos a los países totalitarios según su peso en la economía mundial.

Mientras algunos hablan ya de un nuevo telón de acero que dividirá la Red en dos modelos, la privacidad y la opinión están amenazadas por los mecanismos de control. La gran batalla por la información libre se está perdiendo allá donde más importa: en los países que se juegan un futuro democrático. Donde no hay libertad para opinar no hay libertad para navegar. No podría ser de otra manera. ¿Qué hará Google?

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