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Detroit y el retorno del miedo

La prensa de la derecha norteamericana martillea al presidente Obama acusándole de no saber ejercer su oficio, especialmente en materia de seguridad. La enésima amenaza de Al Qaeda, perfilada en las vacaciones navideñas, en vez de unir al país, como en el pasado, lo está rompiendo. Los humoristas se ríen del funcionamiento del sistema de seguridad de la Administración de Obama y los "expertos" comentan negativamente su política exterior, hasta ahora considerada conciliadora frente a los países donde continúa creciendo el fundamentalismo islámico.

Entre éstos se cuenta Yemen, una nación que en los últimos 12 meses ha recibido cerca de 72 millones de dólares por parte de los estadounidenses, cuyas fuerzas armadas han participado, el pasado diciembre, en el último ataque contra Al Qaeda lanzado por las fuerzas del orden yemeníes.

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La política del miedo que la Administración de Obama ha decidido relanzar tras el fallido atentado en el cielo de Detroit tiene todas las características de la experimentada por su predecesor: caos en los aeropuertos de medio mundo, utilización de los body scanners, que pueden llegar a observar incluso el interior de unas bragas y que según dicen algunos científicos emiten radiaciones cancerígenas, y, por si fuera poco, nuevas reglas para los visados de los desafortunados procedentes de países musulmanes y restricciones de ingreso a estudiantes y personal especializado.

Pero el clima en el que hoy planea la amenaza de Al Qaeda es distinto en Estados Unidos y en todo el mundo. Más que tener miedo, el ciudadano común se interroga sobre la eficacia de un sistema de seguridad que le hace la vida cada vez más difícil. Quizá el problema no son los aeropuertos sino la demencial reticencia a compartir información de un extremo a otro del mundo. Los servicios de seguridad no se hablan entre ellos, como confirma el último fiasco norteamericano. No existe un protocolo para hacerlo, de modo que las informaciones circulan informalmente, basadas en contactos personales. Ésa es la razón por la que el joven, y afortunadamente inexperto, terrorista nigeriano consiguió subir a un vuelo hacia Estados Unidos. Pocos saben que el obstáculo a la circulación de informaciones es la herencia más pesada que nos ha dejado Bush.

En 2005, un año después de la tragedia de Atocha, el Club de Madrid, compuesto por ex jefes de Estado y de Gobierno, condenó la escasa cooperación internacional en materia de antiterrorismo. El grupo que trabajaba sobre la financiación del terrorismo, del que yo era presidenta, reclamó la creación de un organismo internacional que actuase como cámara de compensación de las informaciones. La respuesta de Washington fue un rotundo No.

Si se hubiera atendido al Club de Madrid, es probable que hoy las Embajadas norteamericana, británica y francesa no hubieran tenido que cerrar sus puertas en un país, Yemen, que sin nuestra ayuda puede acabar como Somalia. El Gobierno de Obama expía los errores del precedente y pronto descubrirá que la moneda del miedo no paga. Así que, en vez de asustarnos, debe arremangarse, releer las propuestas del Club de Madrid y revolucionar el antiterrorismo internacional. La fórmula del miedo y los B52 es obsoleta desde siempre.

Loretta Napoleoni es economista italiana. Traducción de Juan Ramón Azaola.

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