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MI CORAZÓN DELATOR

Carlos Lucas contra la suerte

La risa de Carlos Lucas. El anillo egipcio de Carlos Lucas con el exotismo de quien va a vivir en pensiones. Su risa hecha pedazos, que le sale al final de cada frase. Carlos Lucas dice lo que piensa y se ríe a través del diente que le falta. A Carlos Lucas no le parece gracioso lo que ha dicho, ni lo que le ha pasado, pero hay que reír. Cuando deja de hablar mira hacia arriba como si la vida le hubiera pasado por encima, como si el tiempo fuese un avión con gente rica que se va de vacaciones. El abrigo grande de Carlos Lucas, que se le cae por los hombros. Es el abrigo de un señor, pero el señor no es él. ¿Quién quiere ser un señor cuando no se tiene más oro en las manos que el amarillo de la nicotina? Su corbata, también grande, como una lanza clavada en el pecho. Carlos Lucas ha hecho películas de indios; por ejemplo Los rebeldes de Arizona, rodada en Colmenar Viejo. "¡Es la carioca!", dice Carlos Lucas y se ríe a trompicones igual que un tren que no acaba de irse. Carlos Lucas, que escribe su autobiografía en una libreta de tapas rojas y cuenta que al principio se pintaba un bigotillo igual que Charlot: "No en balde me llamo Carlos...".

Y al fin el documental sobre Carlos Lucas, titulado Retrato de un actor de reparto y dirigido por Santiago Aguilar. Con La Cuadrilla de Santiago Aguilar va a interpretar Carlos Lucas su gran papel cinematográfico, el del almohadillero Sansoncito en la película Justino, un asesino de la tercera edad. Para recoger el Premio Calabuch al mejor actor en el festival de cine de Peñíscola se pondrá el traje de hombre al que no se suele invitar a ningún sitio, y por el bolsillo de la americana le asoma un bolígrafo. Va a decir el actor unas palabras de agradecimiento debajo de un castillo de fuegos artificiales; pero le pueden las lágrimas, que también son de agradecimiento, y de repente deja de llorar porque se ha dado cuenta de que ha llamado "ciudad" a Peñíscola, y en un pulso dialéctico reconsidera en voz alta si Peñíscola es o no ciudad. La justicia es la de los actos, pero también la de las palabras. La vida puede ser injusta con sus súbditos; pero también puede venir justa o estrecha o grande, como un traje.

La "mala suerte", éstas son las palabras que más repite en el documental. A lo que Carlos Lucas llama "mala suerte" otros le dicen "fracaso". Carlos Lucas es minuciosamente justo porque sabe que la vida es minuciosamente injusta. Carlos Lucas y su infancia en la compañía de zarzuela de sus padres. Carlos Lucas y sus giras con teatros portátiles por provincias. Carlos Lucas y su lucha hasta el último momento por quedarse en el cine. Hará de figurante en más de cien películas; pero un figurante, qué bien lo explica Santiago Aguilar, es "un borrón durante unos cuantos fotogramas". En El tigre de Chamberí apenas se le distingue fumando entre el público durante un combate de boxeo; aunque él ha ido sobre todo para fumar, se ha apuntado porque dan tabaco. Al final repiten la toma tantas veces que se le seca la garganta y simula que fuma. En La vida sigue igual, la película de Julio Iglesias, le dan una frase; pero luego le doblan la voz.

El sombrero deformado de Carlos Lucas, que utiliza en lugar de paraguas. La bufanda de cuadros de Carlos Lucas, delgada, inútil, de complemento de gabardina. Las calles del barrio de Malasaña donde Carlos Lucas ha vivido veintidós años en la misma pensión; pero con el premio de Peñíscola alquilará un apartamento, que luego va a dejar para volver al parchís de las pensiones. Sus bares, sus cafeterías, donde acumula cuentas de sesenta mil, cien mil pesetas, que siempre acaba saldando. El Sidi, de nombre africano; el Xares, aquí le cogen los recados; la Pepita, ahí le saludan en la puerta al verle seguido por las cámaras del documental; el Palentino, adonde le da apuro volver porque ha perdido la costumbre de ir. Cuando Carlos Lucas ya está muriéndose de cáncer de pulmón, los del Xares no quieren venderle más tabaco y él les monta un pollo subido a un taburete. Los primos de Carlos Lucas: Enrique, el Bandolero del Cante; Manolo, que se cargó a un tipo de un puñetazo y se fue a América. Su primo Federico, bailarín artístico, tramoyista y portero de un teatro, que nació un mes antes que él. Carlos Lucas ha vivido mucho tiempo con su primo Federico; pero al final dejaron de hablarse porque Federico le decía que le traía gafe a su equipo cuando veían el fútbol juntos, y a partir de entonces Carlos Lucas y su primo comieron espalda contra espalda en el mismo bar.

Hubo un escritor comunista, César M. Arconada, que decía que el verdadero artista llega pronto a la meta y después sólo le quedan dos actitudes: o repetirse o lanzarse como un loco por el precipicio. "Ahí me ha parecido verme", señala Carlos Lucas la imagen congelada de un vídeo y se contempla con sonrisa trágica. Carlos Lucas es el artista del precipicio. En el documental le llaman "proletario de la interpretación". Cuando Carlos Lucas coincide con Iggy Pop en el rodaje de Atolladero, la película de Óscar Aibar, le da un abrazo al cantante y le dice: "Españoles, estati uniti, siempre uniti". "Ahí me ha parecido verme", es todo el currículum de un obrero del arte. Lola Gaos, pero esto viene en la web del documental, consideraba que a los actores se les da categoría de artista para evitar reconocerles como trabajadores: "Ningún actor muere en el escenario por amor a su arte, sino por pura y simple necesidad". De la escuela de actores de la CNT salieron, entre otros, Fernando Fernán-Gómez, Manuel Alexandre y Rafael Alonso.

Carlos Lucas tiene atravesada la película El viaje a ninguna parte de Fernán-Gómez, porque dice que su viaje en los teatros de carpa, sus bolos con el Teatro Circo Tropical, sus giras por Aragón con la compañía de Maruja Gimeno, las actuaciones con su padre en los Ases Líricos..., llevaban siempre a alguna parte. Hay artistas que llegan pronto a su meta, y otros que no van a ninguna parte, y otros que van a todas las que pueden. Una película con Carlos Lucas de figurante, subiendo las escaleras de una boca de metro. Así acaba su documental póstumo. Nadie sabe adónde va, ni a nadie le importa. Es el hombre que sube la escalera en cuarenta fotogramas adelantando a la gente, con una prisa, con una urgencia que no le han valido fuera de la pantalla.

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