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AL CIERRE
Columna
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Enfermedades de clase media

Estoy en urgencias del Hospital del Mar con una inflamación del oído. Temo quedarme sordo. Apenas oigo las voces. Pero es el último día festivo, y como siempre en estas fechas, se han acumulado los accidentes y los intoxicados. Me sientan a esperar en una sala mínima, con sólo cinco asientos. Al principio, creo que es una buena señal: no hay mucha cola. Luego comprenderé que las urgencias que se atienden aquí son de las que no hacen cola.

Frente a nuestros cinco asientos -dos viejitas, una chica que se cayó en la bañera, un señor con un corte en el dedo y yo- pasan los verdaderos pacientes; una joven entra en camilla con una bomba de oxígeno. Un anciano pasa en silla de ruedas con un chorro de sangre saliendo de su cabeza. Una camilla pasa tan rápido rodeada de paramédicos que es imposible ver a quién lleva. Espero una hora. Espero dos. Pero nadie me atiende. Ni a mí ni a nadie de la salita. Nuestras enfermedades son muy poca cosa para lo que tienen que ver ahí.

Mi oído es irrelevante para unos y barato para otros

Convencido de que perderé el oído si no me atienden de inmediato, recuerdo que tengo un seguro familiar y me voy a una clínica privada. En efecto, ahí un médico me atiende en media hora. Pero me mira las orejas seis segundos y suspira de aburrimiento. Me empieza a hacer preguntas, como en busca de algún mal peor. Tengo la sensación de haberlo decepcionado. Tras un largo interrogatorio, me suelta una pregunta inesperada:

-¿Usted ronca?

-Sí.

-Eso es muy peligroso, asegura.

Ante mi estupor, me explica los riesgos de roncar. Dice que roncar puede producirme alteraciones de sueño. Que puedo presentar problemas respiratorios serios. Que puedo morir. Vuelve a chequearme, ahora sí con interés, y termina por recomendarme una cirugía de dos mil euros. Como no me decido, me echa a la calle con un antiinflamatorio y una mueca de desprecio. No me explica cómo evitar quedarme sordo en el futuro.

Comprendo que mi oído es demasiado irrelevante para la seguridad social y demasiado barato para la privada. Vulgares enfermedades de clase media: nadie las quiere ni las respeta.

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