Agua de enero para Daimiel
Mientras discurren estas líneas, cientos de litros de agua de la cabecera del Tajo se están vertiendo, a razón de 900 cada segundo, a las Tablas de Daimiel, penetrando en sus entrañas con efecto reparador como el plasma en la corriente sanguínea del enfermo.
Las Tablas llevan años agonizando y, sin embargo, sus caminos y pasarelas de madera siguen ofreciendo al visitante una experiencia sensorial difícil de olvidar. Basta desviarse unos pocos kilómetros de la autovía a su paso por Ciudad Real para zambullirse en otra dimensión de la realidad. Sus 300 especies de plantas le valieron la catalogación de Reserva de la Biosfera; entre ellas, mimbres, álamos y encinas centenarias, pero, sobre todo, praderas sumergidas en sus aguas que como alfombrado de largo pelo se mecen suavemente con el viento. Pequeñas barcas sobre los secos lechos de los humedales recuerdan que hubo días en los que sin la ayuda de tuberías de cemento hubo aguas abundantes del caprichoso Guadiana y del Gigüela. Patos, somormujos, garzas y fochas no temen a los humanos y se dejan contemplar cachazudos.
Los observatorios de aves estratégicamente colocados invitan a guarecerse y esperar en silencio el inicio del espectáculo de las aves migratorias, como las cigüeñas, los ánades o las garzas reales. Algunos visitantes rezagados aseguran haber visto entre los oblicuos rayos del atardecer a más de un zorro arrogante precediendo sus pasos por los pasillos de madera.
Las medidas tomadas en tiempo récord para sofocar el incendio subterráneo de Las Tablas de Daimiel es un regalo para este paraje; una buena noticia para los amantes de la naturaleza y una señal global de esperanza.
Quizá hubo en el pasado humedales similares bajo el suelo que ahora pisamos pavimentado pero los humanos de esas generaciones carecieron de la sensibilidad medioambiental que ahora se abre. Nunca es tarde para evitar más pérdidas y sería un triunfo histórico que culminara con éxito este intento de conservar tan extraordinario ecosistema al que se han sumado graciosamente las lluvias navideñas. Bienvenida sea, aun con todos sus defectos, la determinación de salvarlo.
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