Sin miedo a la alta densidad
El animado barrio de la Concepción es una de las zonas más pobladas de Madrid
Atrapada en "las colmenas" Carmen Maura se asfixia en ¿Qué he hecho yo para merecer esto? Los bloques -técnicamente, la ampliación del barrio de la Concepción- son famosos gracias a Pedro Almodóvar y a la M-30, a la que se asoman.
"Hay a quien le parece un barrio feo, pero, oye, ha aguantado 50 años y sigue lleno de vida", dice el sociólogo Mario Gaviria. "Quienes quieran aprender urbanismo deberían estudiar lugares como éste, donde la ciudad se ha hecho a sí misma". Gaviria realizó allí su primer trabajo. Era 1965, venía de estudiar en París y se mudó al piso que un amigo del Partido Comunista tenía en el barrio recién estrenado. Con un crédito personal de 100.000 pesetas (601 euros), se lanzó a la calle a hacer cuestionarios inspirado por Henri Lefebvre y los estudios sobre los barrios periféricos parisinos. "Yo tomé una vía más antropológica", dice. "Como quien se va a vivir a una tribu", añade.
"No fue fácil", recuerda el sociólogo. "Tenía que sobornar a los férreos porteros para entrar en los bloques y la gente me echaba los perros". Tardó un año, pero consiguió que 100 personas le contestasen. El resultado se publicó en 1966 en la revista Arquitectura del Colegio de Arquitectos, donde aún lo conservan. Le pagaron 12.000 pesetas (72 euros): "Fue un proyecto algo deficitario".
El amarillento monográfico es una radiografía alucinante de una forma de vida. Ya no se hacen cosas así. "Éramos ingenuos, pero muy tenaces", dice el sociólogo. Hay entrevistas con ancianas y yeyés, con el cura y los arquitectos. Reflexiones sobre cómo el comedor se convirtió en "cuarto de estar". Datos de todo tipo sobre los vecinos, la mayoría entre 25 y 35 años, el 70% de provincias... glosados con hilarantes observaciones: "Sólo un bar, El Maño, tiene referencias regionalistas, sin que se hayan podido comprobar tendencias a la segregación entre la clientela"; "la abundante clase media compra pollo asado los domingos".
Hay incluso una "fenomenología de la decoración" de 1965: "En las clases más bajas, el empleo de las flores artificiales es sistemático y las paredes son una panoplia de un quiero y no puedo; en la clase media alta aparece la alfombra y la muchacha de servicio, en las paredes hay cuadros impresionistas, o, a lo más, picassos; los artistas e intelectuales sólo tienen una cosa en común: la ausencia de televisión".
Hoy el barrio sigue siendo un hormiguero variopinto. Pese a la aplastante homogeneidad de los bloques, cada vecino ha acabado la arquitectura como si fuese un lienzo en blanco. Algunos han cerrado las terrazas, las hay con y sin toldo, llenas de trastos o primorosamente decoradas.
La ampliación, construida con una flagrante ausencia de servicios públicos, cobró vida gracias a la iniciativa de sus habitantes. "Había un ambiente tremendo; una tienda de salchichones, junto a una boutique, junto a un puticlub", recuerda Gaviria. "Ahora, los barrios nacen muertos, todo está separado y hay que coger el coche hasta para ir a por el pan".
"Las colmenas" son uno de los lugares más poblados de Madrid. "Urbanistas y arquitectos están obsesionados con los espacios verdes y los barrios tranquilos, pero no hay que tenerle miedo a la alta densidad", opina Gaviria. El promotor del Régimen, José Banús, amigo personal de Franco, pareó los bloques, exprimió hasta seis pisos por planta y consiguió apelotonar a 22.000 vecinos, creando una densidad de 2.500 por hectárea cuando la media madrileña estaba en 493 (hoy el distrito más denso, Chamberí, tiene 312). Los bajos iban a ser soportales ajardinados, pero las tiendas se empezaron a vender bien y Banús convirtió el jardín en locales comerciales (el verde se quedó en un 4,35% de la superficie edificada, por debajo del 10% que establecía la ley).
"Lo hizo para forrarse, por supuesto, era un especulador -aunque no tan feroz como los de ahora-, sin embargo, tanta gente junta creó ciudad", dice Gaviria. "La alta densidad también permitía el anonimato, por eso había tanto comunista y tanta prostituta".
"Las pilinguis eran buenas clientes; a muchas un señor les había puesto el piso", recuerda Juani Cardeñosa en la mueblería que su padre abrió cuando se inauguró el barrio. Durante años fue un buen negocio. "Ahora se sigue mudando gente, pero van al Ikea", se lamenta Juani.
No quedan muchas tiendas como la suya, de toda la vida. Cotolino sigue vendiendo pollos los domingos, pero los mercaditos latinos han sustituido a los ultramarinos. Sólo sobrevive alguna whisquería. Hay menos niños y más abuelos; inmigrantes nuevos que vienen de más lejos... Es ya otro mundo, pero, en el Mayflower madrileño, como lo bautizó Gaviria en los sesenta, las aceras siguen llenas.
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