_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Juegos de tortura

Me recorrió un escalofrío cuando fijé la atención en la pantalla. Había un hombre atado por las muñecas con el cuerpo oscilando en el vacío. A la derecha podías seleccionar una docena de armas para comenzar el juego: un cuchillo, una pistola, una estrella punzante, los puños o una sierra eléctrica. El adolescente sonrió y seleccionó, para impresionarme, esta última. El ruido de la motosierra parecía bastante real. Diestramente mi joven amigo fue cortando miembros del hombre colgado en el vacío. Cada vez que hendía el arma en la carne, salía un gran chorro de sangre que manchaba la pantalla. El joven reía ante las convulsiones de la desgraciada figura. Desmembraba ese cuerpo vivo con gran habilidad y el contador de puntos se disparaba aunque no logró superar su último récord que contabilizaba una maestría supina en el arte de la tortura.

Todavía sin dar crédito a lo que veía le pregunté de dónde había sacado aquel juego infame. Los chicos de la clase se rieron de mi ignorancia:

-¡Son juegos de tortura!- me dijeron- ¿No los conoces?

-No- les contesté y les pedí que me enseñaran cómo acceder a ellos y cuáles eran los más populares.

Se arremolinaron alrededor, felices de enseñarle a una profesora algo que no conocía.

-Pon en el buscador "juegos de tortura", "juegos de sangre" o "juegos de bestias" y verás.

Efectivamente, al hacerlo aparecieron cientos de páginas que prometían los mejores juegos de esa naturaleza. En la The Torture Chanber el objetivo era, literalmente, "causar el mayor dolor posible a la víctima antes de morir". Otra página, récord de visitas, reclamaba la atención de la siguiente forma: "¿Estás estresado? Desquítate torturando al personaje con una cuerda, un cuchillo o clavos". En The Torture Game -el juego que acabo de describir-, se ofrece: "Personaje encadenado con bastante realismo. Convulsiones y ruidos. Juegos de bestias", y terminaba con esta invocación: ¡Tortura a Fred Durst de la forma que más te guste! ¡A por él!

No se trata de juegos de consola sino de juegos flash que puedes iniciar sin descargarlos y usarlos directamente en la pantalla de tu ordenador. Se abren a gran velocidad y son, en general, de corta duración. Pero la renovación del juguete violento no es sólo tecnológica, sino profundamente ideológica. De la pistola de plástico y el soldadito se ha pasado a los juegos bélicos de habilidad, estrategia o persecuciones y de éstos, a los juegos de tortura: una reducción minimalista que extrae la quintaesencia de la sangre, el sufrimiento y el control absoluto de la víctima, desprovistos de cualquier argumento defensivo o bélico, y centrados en el placer de causar dolor y en la banalización de la violencia extrema.

Busco respuestas ante estas nuevas formas de violencia y no encuentro nada. La mayor parte de los análisis sobre juegos violentos -bienintencionados y certeros en su momento- usan la iconografía y el lenguaje de los años ochenta. Algunos artículos dispersos me hablan del valor catártico de la violencia, pero no se comprometen con sus posibles efectos secundarios.

En los centros educativos la paloma de la paz se recorta en cartulina y adorna los pasillos y las aulas. Junto a ello hay todo un submundo repleto de obscena violencia dirigido a las mentes infantiles y juveniles pero diseñado por empresas y fabricantes que llenan sus bolsillos contradiciendo al sistema educativo, los valores de convivencia y el respeto al ser humano. Viven del deseo de transgresión que todo adolescente lleva dentro. Se amparan en una zona gris, ajenos a las leyes y a las regulaciones. Confían en la transmisión oral, el boca a boca antiguamente reservado a los saberes ocultos o prohibidos. Saben que su producto será más goloso para las mentes adolescentes si escandaliza a los mayores, si se ampara en la etiqueta de lo políticamente incorrecto.

-¿Nos lo van a prohibir?- pregunta alarmado mi alumno.

Y necesito urgentemente encontrar una respuesta.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_