El ataque al Papa aviva en Italia el debate sobre la seguridad de personalidades
"No puede haber un control persona a persona", dice el portavoz vaticano
"El mundo necesita concordia y serenidad". Benedicto XVI habló ayer a una plaza de San Pedro repleta de fieles durante el tradicional mensaje Urbi et orbi de Navidad. Voz firme, sonrisa abierta y rostro rubicundo. El día después de que una mujer saltara las vallas en la Basílica vaticana, se le arrojara encima y le hiciera caer al suelo, Ratzinger, de 82 años, deseó feliz navidad en 65 idiomas a los mil millones de católicos esparcidos por el mundo sin una sola referencia a lo ocurrido horas antes.
Del Vaticano llegaban mensajes tranquilizadores. "El Santo Padre ha dormido muy bien y hasta comió el Panettone tras la misa", declaró Federico Lombardi, jesuita portavoz de Ratzinger. "No ha pasado nada grave. Fue sólo un intento de saludar al Pontífice por parte de una fiel", le hizo eco el cardenal Angelo Bagnasco, presidente de la Conferencia Episcopal Italiana.
A pesar de que el episodio no haya ido a mayores y que las instituciones eclesiásticas intenten minimizar el incidente, éste ha reavivado el asunto de la seguridad del Pontífice. Y de los personajes públicos en general. La cuestión sigue candente en Italia poco más de una semana después de que el primer ministro, Silvio Berlusconi, fuese golpeado en el rostro con una estatuilla tras un mitin en Milán.
En el momento del incidente se encontraba al lado del Papa el cardenal Roger Etchegaray, de 87 años, que fue arrastrado en el tumulto y se fracturó el fémur.
La atacante se llama Susanna Maiolo, tiene 25 años, nacionalidad suizo-italiana y sufre problemas psíquicos. Fue trasladada a una clínica psiquiátrica y de ella se ocupará más adelante la justicia del Estado Vaticano. No iba armada y su intención "era sencillamente la de abrazar al Santo Padre", insisten las fuentes vaticanas.
La misma mujer intentó alcanzar a Ratzinger al final de la Misa del Gallo de 2008. Entonces fue bloqueada por un agente de la guardia papal, que minimizó el episodio. "No es relevante ya que el Pontífice no ha corrido ningún serio riesgo", dijo. Esta vez los guardaespaldas no fueron tan rápidos.
El cardenal Paul Poupard reconoció a una radio italiana que "es preciso fortalecer la vigilancia del Papa". La Gendarmería vaticana -160 agentes: ex policías y carabinieri italianos, de probada fe católica- no pierde de vista a Benedicto XVI, inspecciona cada lugar, pero no puede impedir el contacto con la gente. Proteger el Papa de manera más estricta es impensable, según declaró Lombardi. "El Santo Padre desea acercarse a los fieles, estrechar sus manos, abrazar a los niños".
En Nochebuena estaban desplegados en la basílica de San Pedro 50 agentes junto a 30 miembros de la Guardia Suiza. Los fieles eran miles. Para presenciar la Misa del Gallo basta con acudir a la Delegación pontificia y comprobar si quedan sitios disponibles. "No puede haber un control persona a persona. (...) La seguridad absoluta no existe", dice Lombardi. La mujer no estaba armada porque hay detector de metales en la entrada de la Basílica, "y esto es lo que cuenta", añade.
No es la primera vez que algo falla. En 2007, un alemán saltó la valla de seguridad en la plaza de San Pedro e intentó abordar el vehículo papal. La agresión más grave contra un pontífice en el Vaticano sucedió en 1981 cuando el turco Mehmet Alí Agca disparó a Juan Pablo II.
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