¿Por qué tememos a la sostenibilidad?
En 1970 California aprobó la primera legislación medioambiental que incluía criterios de eficiencia energética en los electrodomésticos. Los fabricantes de frigoríficos tenían dos opciones: fabricar un tipo de frigorífico para California y otro para el resto del mundo o, sencillamente, reducir los estándares de consumo de los frigoríficos. Lógicamente, optaron por lo segundo. Las críticas contra una ley de la que se dijo que llevaba la industria al matadero fueron lacerantes. Sin embargo, las restricciones medioambientales, técnicamente bien establecidas, actuaron como un motor para la innovación. Si en esa época un frigorífico medio consumía 1.800 kWh al año, el que usted y yo podemos comprar hoy consume cinco veces menos. Además, su precio comparativo es menor de la mitad y sus prestaciones son mayores a día de hoy. ¿Quién dijo que la sostenibilidad iba en contra del crecimiento económico y social?
Con empresas innovadoras como las que tenemos, la economía española no debe temer a la sostenibilidad
"Mientras Detroit dormía", ha denominado Thomas Friedman la actitud de la industria automovilística norteamericana al dar la espalda a la sostenibilidad. Detroit apostó por usar el lobby de los congresistas de Michigan para defender sus intereses, en lugar de promover la innovación en sus propios grupos empresariales. Dieron la espalda a la eficiencia en los motores, apostando por los vehículos de elevado consumo, convencidos de que eso era lo que quería el automovilista norteamericano. De los 10 vehículos más vendidos el pasado año en EE UU, 6 eran japoneses. Mientras Detroit dormía, los consumidores americanos se dedicaron a comprar coches extranjeros más sostenibles. El pasado otoño, la industria automovilística estadounidense tuvo que ser rescatada por el Gobierno. Olvidarse de la sostenibilidad supuso perder competitividad.
Hace unos meses, el mismo Thomas Friedman, en un artículo publicado en el New York Times, comparaba el caduco tren que tomó para ir al aeropuerto JFK de Nueva York con el moderno y veloz que le llevó en Hong Kong del aeropuerto al centro de la ciudad. Aunque Friedman no lo decía, ese tren está fabricado por la empresa guipuzcoana CAF. En la campaña electoral de 2008, Barack Obama visitó la planta de aerogeneradores de Gamesa en Pensilvania. Buscaba mostrar cómo las políticas sostenibles pueden crear nuevos empleos en el deprimido Rust Belt americano, y no encontró una foto mejor. Son dos ejemplos que nos demuestran que si hay algún área en la que las empresas de nuestro país tienen capacidad para liderar la transformación económica, es en energía e infraestructuras para la movilidad. Las dos prioridades de la Administración Obama. ¿Tenemos que irnos a América para darnos cuenta de nuestras potencialidades?
Sostenibilidad significa satisfacer las necesidades del presente sin comprometer las posibilidades de las generaciones del futuro de satisfacer las propias. Cuando hablamos de energía en un mundo en el que una de cada cuatro personas carece de electricidad en su hogar, sostenibilidad implica garantizar el suministro con una energía que sea competitiva y, además, hacerlo con respeto al medio ambiente. La Conferencia de Copenhague debe apostar sin duda por la reducción de emisiones de CO2, pero asegurando a su vez un modelo energético que garantice el suministro en un mundo de demanda creciente, en el que centenares de millones de personas en los países emergentes aspiran a mejorar sus estándares de vida. Todo ello requiere más ahorro y eficiencia energética, impulsar con decisión políticas estables para las energías renovables y apostar por nuevos modelos de movilidad, sin olvidarnos de las energías fósiles, que a día de hoy, y probablemente en las dos próximas décadas, van a constituir cerca del 80% de la demanda primaria de energía.
Debemos, por tanto, hacer que esas energías fósiles puedan ser también sostenibles para que, además de garantizar nuestro modelo económico competitivo, nos permitan mantener los objetivos de emisión de CO2. ¿Cómo? Con tecnología. Esa tecnología existe, se llama eliminación o captura del CO2 y, según la Agencia Internacional de la Energía, la eliminación de ese CO2 emitido al quemar gas, carbón o petróleo debe contribuir de una forma importante a alcanzar los objetivos de emisiones en 2030. Todo ello requiere regular el almacenamiento del CO2 capturado, así como dar un fuerte impulso al esfuerzo de Administraciones y empresas en desarrollar el I+D en este área.
Nuestro tejido productivo tiene condiciones para estar presente en el liderazgo de una economía más sostenible a nivel mundial. Dejar de emitir una tonelada de CO2 nos obliga a su vez a ser más eficientes en nuestros procesos productivos reduciendo nuestro consumo energético, lo que mejora nuestros costes y nos hace más competitivos. Surgen incluso nuevos modelos de negocio en los que nuestras empresas pueden y deben estar. El reciente acuerdo entre Repsol y el Ente Vasco de la Energía para desarrollar una experiencia innovadora de una red de recarga del vehículo eléctrico muestra el camino de cómo convertir en oportunidad para las empresas la transformación que una economía sostenible puede promover.
Con unas empresas innovadoras en el campo de la energía como las que tenemos, la economía española no debe temer a la sostenibilidad. Abramos la puerta a este debate con ilusión y esperanza, en lugar de con reticencia y temor. A esta realidad industrial capaz de responder a los retos debemos añadir dos ingredientes para ser líderes: por un lado, una política energética estable, con amplios acuerdos, con visión de Estado que vea en la sostenibilidad una oportunidad; por otro, unas corporaciones energéticas, alineadas con esta estrategia y con visión a largo plazo, implicadas con el tejido industrial y tecnológico, y con vocación de inversión y de innovación. Si somos capaces de hacerlo, la economía española no será sólo un referente de sostenibilidad. Además, será competitiva y creará empleo de calidad. Es tiempo de oportunidad.
Josu Jon Imaz es presidente de Petronor y del Cluster de Energía del País Vasco.
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