_
_
_
_
Reportaje:Las claves del terrorismo 'yihadista'

"No soy una persona, soy un arma"

60 miembros de Al Qaeda, implacables y fanáticos, penan en prisión - La vida de tres de sus líderes encarcelados ilustra las entrañas terroristas

José María Irujo

La prisión Lahsar en Nuakchot, en pleno corazón de la capital mauritana, donde permanecen presos 60 miembros de Al Qaeda en el Magreb Islámico (AQMI), es un fortín en apariencia inexpugnable. Está rodeada de un centenar de pilones de piedra que la protegen de los coches bomba y flanqueada a derecha e izquierda por los cuarteles de la Gendarmería y la Dirección de Aduanas, un millar de hombres uniformados para garantizar que este grupo salafista convertido en la mayor amenaza del país no asalte el viejo edificio de adobe y libere a sus "hermanos". Pero hasta el interior de las celdas se ha colado un soplo de esperanza: Khadim Ould Saman, Sidi Ould Sidina y Maroof Ould Haiba, los principales reclusos, han comentado a funcionarios y familiares que van a ser canjeados por los secuestrados españoles.

"Están eufóricos, convencidos de que habrá un canje de prisioneros"
La tortura a un preso fue grabada en un móvil y la emitió Al Yazira
Los tres reclusos se enfrentan a la pena de muerte, aunque nunca se aplica
Los islamistas moderados exigen la pronta liberación de los secuestrados
Más información
En manos del juez del desierto
Al Qaeda del Magreb se financia con los secuestros y el tráfico de drogas

Los tres dirigentes presos de AQMI están convencidos de que su organización no se olvidará de ellos y anuncian a los suyos su supuesta liberación. Desde el pasado 29 de noviembre, fecha en la que se produjo el secuestro, sonríen y hacen signos de victoria. Tienen la moral muy alta. "Date prisa en venir a visitarme porque a lo mejor ya no estoy cuando hayas venido", anunció el barbudo Maroof, ex militar de 30 años, a un amigo a través de un funcionario de la prisión.

"Están eufóricos y convencidos de que van a sacarlos, de que habrá un canje de prisioneros. Dicen que ahora tienen una posición de fuerza", asegura a EL PAÍS una fuente próxima a los presos. Los secuestradores hicieron público el pasado día 9 un comunicado en el que sugerían que intentarían "liberar a nuestros prisioneros detenidos y torturados en nuestras cárceles".

Khadim Ould Saman, de 31 años, se ha convertido en héroe y víctima para los acólitos mauritanos de este grupo terrorista argelino, que agrupa a seguidores de hasta seis nacionalidades. Hace varios meses salió de los muros de la prisión de Lahsar, un centro reformado que acoge exclusivamente a los presos de Al Qaeda, un vídeo en el que aparece el rostro de Saman bajo la bota de un militar. Se observa al recluso colgado del techo mientras alguien le golpea una y otra vez durante varios minutos.

La cinta fue emitida por la cadena Al Yazira y el Gobierno cambió a la mayoría de los funcionarios del centro. Nadie se explica cómo las supuestas torturas fueron grabadas por los militares con un teléfono móvil y entregadas a la televisión. La dirección del centro cree que fue un montaje elaborado por una de las personas que visitó a Saman. Hoy, a los ojos de los salafistas, este joven mauritano responde como nadie al perfil del que hablaban los secuestradores en su comunicado: detenido y torturado.

Antes de caer en las garras de la sucursal de Al Qaeda en África, Saman era poeta. Recitaba versos en televisión en los que hablaba de amor y compuso canciones para uno de los cantantes más famosos de este país de 3,3 millones de habitantes y una de las tasas de pobreza más altas del mundo. Khadim dejó la música por el tablight, una corriente religiosa rigorista que predica la paz, y ayudaba a los jóvenes pobres en las ceremonias nupciales. Militó en los Hermanos Musulmanes y fue detenido en 2003 en una redada contra miembros de esta organización religiosa. Un año después ya era miembro de AQMI y fue detenido bajo la acusación de entrenar en un campo terrorista en el norte de Malí, la madriguera donde supuestamente están ahora los secuestrados españoles. Saman acabó en la prisión de Lahsar de donde logró escapar disfrazado con un burka que le facilitó una visita.

Desde su escondite en Senegal entraba y salía para sus operaciones en Mauritania, un rosario de acciones entre las que destacan el intento de secuestro del cónsul alemán en Nuakchot, un espectacular robo de una caja fuerte en el puerto de la ciudad, los ataques a la Embajada de Israel y a una discoteca. El ejército mauritano, de unos 15.000 hombres, le persiguió durante años hasta que cayó en un tiroteo en el centro de Nuakchot. En la casa donde se refugiaba se encontró el manual de AQMI titulado La ley de los prisioneros extranjeros, donde se explica cómo tratar y qué hacer con sus víctimas.

La carrera terrorista de Sidi Oul Sidina y de Maroof Ould Haiba, los otros dos presos que esperan ser canjeados, es parecida. Quienes conocen a Sidi aseguran que es uno de los casos de lavado de cerebro más llamativo. "Yo no soy una persona, yo soy un arma. No habléis conmigo. Disparo cuando me lo ordenan", confesaba a sus íntimos antes de ser detenido. El discurso de Maroof es parecido. Al igual que otros reclusos de Al Qaeda, Maroof gozaba de ciertos privilegios antes de que sus hombres secuestraran a los cooperantes españoles. Disponía en su celda de un secador para cuidar de su barba y a veces vestía elegantes ropas de estilo árabe. Ni ellos ni los otros 57 presos de AQMI que ocupan las celdas de la prisión de Lahsar tienen abogados. No reconocen ni al Gobierno mauritano ni acatan sus leyes. "Nuestro abogado es Alá", explican a sus familiares.

Kadim, Sidi y Maroof se enfrentan a la pena de muerte, aunque en Mauritania nunca se aplica. El rastro de sangre y violencia que AQMI ha sembrado en las antes tranquilas dunas mauritanas es estremecedor: un matrimonio y dos menores franceses asesinados en Navidad cuando hacían turismo a 250 kilómetros de Nuakchot; un cooperante norteamericano asesinado a tiros en el centro de la ciudad; el ataque suicida contra la Embajada francesa; la muerte de varios militares mauritanos y una larga lista de ataques.

El Parlamento mauritano acaba de aprobar una ley en la que se autorizan las escuchas telefónicas sin autorización judicial. La vigilancia se ha redoblado con los exiguos medios del país en los edificios oficiales y es imposible entrar en un hotel de la ciudad sin atravesar un arco de detención de explosivos.

Jamil Mansour, de 45 años, representante del partido Tawassoul, formado en su mayoría por seguidores de la corriente de los Hermanos Musulmanes, eleva una plegaria por Alicia Gómez, Roque Pascual y Albert Vilalta junto a la puerta de su despacho. "Pido a Alá que regresen pronto a sus casas y que sean liberados. Estamos en contra de la violencia y reclamamos su liberación. Queremos una buena relación con el mundo occidental". Jemil pertenece al único partido islamista reconocido en el Parlamento mauritano, estuvo preso y se exilió en Bélgica hasta su regreso al país.

A las afueras de Nuakchot, en un barrio humilde donde los burros y las cabras caminan junto a las puertas de las casas, vive Mohamed Lamin Sidi, de 28 años, el último preso mauritano de Al Qaeda que ha regresado de la prisión de Guantánamo. Mohamed fue detenido en Pakistán en 2002 y trasladado a la prisión norteamericana donde ha permanecido durante siete años. Mohamed proclama su inocencia, dice que no cree en la democracia y elude cualquier pregunta relacionada con el secuestro o el crecimiento del salafismo en Mauritania. "Yo no soy nadie. No quiero comentar si estoy en contra o a favor. Los derechos humanos y la democracia son una mentira", asegura sentado en el salón de su casa.

En Guantánamo quedan otros dos presos mauritanos, uno de ellos secuestrado hace años en el centro de la capital por agentes de la CIA con la connivencia del anterior Gobierno. Se disfrazó su desaparición con noticias falsas sobre un supuesto ajuste de cuentas, pero una carta enviada por el preso desde la base militar a través de la Cruz Roja destapó la verdad. Su fotografía aparece cada día en la contraportada del periódico Al Kahbar con el siguiente lema en árabe: "No olvidemos nunca a nuestros presos en Guantánamo". "Este secuestro consiguió más militantes para AQMI que muchos de sus vídeos y soflamas", asegura el responsable de un servicio de la inteligencia europea desplazado a Nuakchot.

Imagen de la detención de Maroof Ould Haiba, preso de Al Qaeda en Mauritania.
Imagen de la detención de Maroof Ould Haiba, preso de Al Qaeda en Mauritania.SÁHARA MEDIA

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

José María Irujo
Es jefe de Investigación. Especialista en terrorismo de ETA y yihadista, trabajó en El Globo, Cambio 16 y Diario 16. Por sus investigaciones, especialmente el caso Roldán, ha recibido numerosos premios, entre ellos el Ortega y Gasset y el Premio Internacional Rey de España. Ha publicado cinco libros, el último "El Agujero", sobre el 11-M.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_