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Estrategias nuevas para nuevas guerras

La ciberguerra gusta y disgusta a partes iguales a los militares, como todas las cosas que no se ven y que no se controlan. Ya no es cuestión de contar quién tiene más misiles o más soldados. Los militares, aunque ven el potencial de la ciberguerra, saben que en este escenario no sirven sus estrategias de siempre. El anonimato cibernético difumina al enemigo y la complejidad de las redes hace imposible controlar el alcance y el lugar de una acción ofensiva.

Se ha visto en los ciberbombardeos contra Estonia, contra Georgia y, en julio de 2009, contra Corea del Sur y Estados Unidos: los ataques no venían de un solo sitio sino de decenas, incluidos los países víctimas. Eran ordenadores personales secuestrados mediante virus que hacían de pantalla, escondiendo la verdadera identidad del enemigo.

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Si los países víctimas hubiesen querido defenderse a la vieja usanza, deberían haber atacado a estos ordenadores, que en realidad eran víctimas como ellos. Es más, al estar muchos en países amigos o en el propio país atacado, éste tendría que haberse disparado a sí mismo. Es decir, una ciberversión de bajas por "fuego amigo". ¿Qué militar pondría en práctica tal sinsentido?

Martin Libicki, científico de la RAND Corporation, explicaba en una reciente entrevista en GovInfoSecurity.com otros problemas que conlleva la ciberguerra: "El principal propósito de luchar es desarmar al otro bando, pero esto no sirve en el ciberespacio porque es muy difícil desarmar a otra nación de su capacidad de usar a hackers, ni tampoco puedes desarmar a esos hackers".

Además, la ciberguerra no ha sido suficientemente probada, lo que significa que "a veces funciona y a veces no". Este riesgo de prueba-error es especialmente importante cuando se usa ofensivamente. ¿Qué pasará si, al atacar sistemas de Irán, por la complejidad de las redes, te acabas cargando sistemas informáticos de empresas extranjeras?

El peligro de descontrol se hace mayor en la llamada "ciberguerra estratégica", destinada a inutilizar los suministros de energía, financieros y de telecomunicaciones de un país. Aquí, explica el científico Libicki, "hay que ir con mucha precaución; debido a las incertidumbres del ciberespacio nunca sabrás exactamente qué has hecho y será muy difícil predecir los daños colaterales".

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