"Necesito mojarme, es como recargo mis pilas"
Jovial, apasionado, dado a canturrear y con más energía que usted y yo juntos. Así es Jean-Michel Cousteau, de 71 años, hijo del comandante Cousteau y tan enamorado de los mares como su padre (aunque con un carácter bastante más llevadero). Es un tipo elegante: luce en la solapa un pañuelo rojo que combina a la perfección con su corbata estampada de corales ("Ya que tengo que llevarlas, al menos me divierto"). Y es muy curioso: esta entrevista arranca con otra entrevista paralela por su parte: ¿Quién elige a la gente que sale en esta contraportada? ¿Cuántos las escriben? ¿Qué personaje fue más divertido?
Sólo después, Cousteau ataca la carta de la Taberna del Alabardero, frente al Teatro Real de Madrid, que hemos elegido porque el ecologista quiere comer en un sitio típico. Él pide por ambos: se lanza en plancha a por el jamón y le llaman la atención los raviolis de buey de mar. Suele evitar los productos marinos, pero tras considerarlo concluye que probablemente este crustáceo no esté en peligro de extinción. Luego pregunta a la maître por el plato de carne más clásico de la carta: "El rabo de toro", contesta ella. Pues rabo de toro se ha dicho.
Con 71 años, el hijo de Cousteau viste aún el neopreno para luchar por el océano
Jean-Michel Cousteau se pasa la vida enfundado en neopreno ("necesito mojarme; es como recargo mis pilas") y es un enamorado de la vida marina, aunque siente debilidad por las orcas ("son muy listas"). Viaja a España como embajador de Delfines y ballenas-3D, recién estrenada en los Imax de Madrid y Barcelona. Ha volado desde Copenhague, donde ha asistido a la Cumbre del Clima como delegado de Green Cross International (que preside Gorbachov), y de la suya propia, Ocean Futures Society. Está emocionado: "El lunes se dedicó el día a los océanos. Participaron 50 expertos y me empapé como una esponja. Espero que todo esto influya en el texto que se apruebe. Me estoy haciendo viejo y estoy harto. Quiero ver acciones concretas", dice y la comida se enfría para desesperación de la maître, que nos azuza.
Cousteau vive en California y habla un perfecto inglés, aunque le delatan las erres de su francés natal. Él y su hermano Philippe, que murió en un accidente aéreo mientras rodaba un documental, crecieron a caballo entre los internados y el Calypso, el barco en el que vivían todo el año sus padres. En 1990, tras la muerte de su madre -Simone- víctima de un cáncer, Jean-Michel se llevó una desagradable sorpresa: el admirado, brillante y severísimo Jacques-Yves tenía otra mujer (Francine Triplet) y dos hijos. "Es algo que no me gusta, pero intento no juzgar a mi padre y respetarle. Decidí vivir con ello y me gustaría tener relación con mis hermanos. Son ellos quienes no quieren. Jacques-Yves era mi padre, mi amigo y mi jefe. Era un tipo duro, e intento compensar lo que él hizo. El año que viene se celebra el centenario de su nacimiento y preparo un documental sobre sus compañeros de equipo y un libro que llevará su nombre, porque si no no vendería, pero que tratará sobre todo de mi madre: tras ese gran hombre había una gran mujer".
Tanto los hijos como los sobrinos de Jean-Michel Cousteau siguen la estela de la familia y se dedican a la divulgación científica, cosa que le reconforta: "Cuando murió mi hermano me quedé solo. Me hace sentir bien saber que puedo apagarme: la siguiente generación continuará el trabajo".
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