La apología que nunca existió
Con las debidas excusas, permítaseme citar el siguiente pasaje de un artículo que publiqué el 6 de junio de 2006 en Babelia: "En un país donde, según las estadísticas que publica en Internet el Instituto de la Mujer (http://www.mtas.es/mujer/mujeres/cifras/tablas/W837.XLS), mueren en manos de sus parejas del sexo masculino un promedio de ocho mujeres por mes, resulta temerario rechazar por tendenciosos o exagerados los alegatos y denuncias de los colectivos feministas, tanto cuando se manifiestan abiertamente en su característico tono militante como cuando recalifican el sesgo de sus posiciones con la denominación "estudios de género". La discriminación y la violencia contra la población femenina sigue siendo una parte sustancial de la acendrada tradición del machismo ibérico. Es tan flagrante y grotesca la misoginia española -signo de una secularización incompleta que la modernización superficial y muy reciente de España sólo ha conseguido maquillar-, que aún está pendiente la reparación de la condición inferior de la mujer en este país, reparación que desde luego queda apenas mitigada por la política de asignación de cuotas de poder aplicada por las últimas administraciones de populares y socialistas. Ningún reclamo en cuanto a la condición de la mujer española está injustificado".
Cualquier opinión que disienta del dogma es escarnecida como machista
Contra la violencia, leyes justas, justicia social e instrucción pública de calidad
Esta reparación sigue estando pendiente y sólo por esta razón entiendo que mi artículo Revanchismo de género haya producido tanta alarma y tantas descalificaciones irracionales, pese a que se trataba de un texto coyuntural, compuesto por dos casuísticas y un argumento de peso.
En el primer caso se analizaban someramente los equívocos de la campaña Maltratozero a tenor de una valla publicitaria con el lema "De todos los hombres que haya en mi vida ninguno será más que yo". Aunque a primera vista podía no ser evidente, estaba claro que, sin los necesarios retoques, el lema en boca de un hombre se convertía en una afirmación sexista. Y en efecto -oh, sorpresa-, al aplicarlo a los varones, el "más" se convierte en "menos", de donde sólo cabe pensar que los promotores sabían que no apuntaba precisamente a afirmar la igualdad de "géneros". Se actuaba así en consonancia con el feminismo más serio que, desde la obra seminal de Alice Schwarger, La pequeña diferencia y sus grandes consecuencias (1979), siempre ha resaltado la condición diferencial de la mujer sin demérito de la igualdad jurídica.
¿Que quién teme al feminismo? Yo creo que mucha gente. Sobre todo cuando pretende deslizar su "diferencia" en las normas jurídicas y en las costumbres con la coartada de que así se protege a las víctimas o se repara una discriminación histórica.
Por lo que a mí toca, no le ten
-go ningún miedo y, al mismo tiempo, no veo inconveniente en suscribir (y lo he hecho en uno de mis libros) la versión ultrafeminista acerca de la naturaleza brutal masculina, como la que dan Catharine McKinnon y Andrea Dworkin en su lucha contra la pornografía o algunos pasajes muy lúcidos del Manifiesto SCUM de Valerie Solanas, al tiempo que abomino del mundo amazónico que esa ideología pretende construir.
La segunda casuística trata de algo muy trivial: la forma en que las mujeres actualmente se presentan en las letras de las canciones populares y en los videoclips. Me referí al de Julieta Venegas porque, tras arrojar por la borda del globo un aspirador y un televisor, Venegas echa al vacío a su ex enamorado como un objeto más. ¿No se trataba de que, por una vez, los representantes de uno y otro sexo (o "género") dejemos de tratarnos mutuamente como objetos? ¿Qué opinaría el colectivo femenino si, por ejemplo, David Bisbal se filmase agarrando a su compañera por los pelos y la arrojara por la ventana? Y mencioné la canción de Shakira porque explícitamente termina diciendo "Sigue llorando perdón, que yo no voy a llorar hoy por ti". Los disparates son habituales en la variopinta iconografía del pop, pero llama la atención que nadie repare en ello pese a que las masas -huelga decirlo- no leen a Kant o a Amartya Sen para recabar sus valores éticos y convivenciales y en cambio siguen a pies juntillas las lecciones impartidas por los medios, la publicidad, el cine, la televisión y los videoclips.
Por último, me parece un argumento de mala fe afirmar que culpabilizo a las mujeres de la violencia de que son objeto. Yo afirmo una cosa muy diferente: que las pautas "de género", tanto de los varones como de las mujeres, se constituyen en la primera infancia, cuando es decisiva la intervención de las madres. La madre es nuestro primer objeto de deseo y, a la vez, nuestra primera educadora sentimental. En relación con ella se labra nuestra identidad sexual y el modo como nos relacionamos con nuestros objetos de deseo. Por supuesto que también intervienen las mujeres durante toda la vida social de un adulto, como nos recuerda machaconamente el feminismo en todas sus variantes. Por lo tanto, ¿qué tiene de condenable señalar que este papel es insoslayable por lo que toca a la conformación de conductas tolerantes o machistas, brutales o civilizadas, tanto de las mujeres como de los hombres?
La única solución viable para el gravísimo problema de la violencia "de género" -qué digo, de la violencia en todas partes- es la promulgación de leyes justas y la promoción de la justicia social, cuya condición de posibilidad es una instrucción pública de calidad, el mejor medio conocido de promover una ciudadanía cívicamente virtuosa. Pero lo seguro -y éste es el asunto principal aquí- es que tal propósito nace muerto en una sociedad regida por pautas publicitarias (o sea, por el engaño), que habla lenguaje publicitario -lengua muerta, pues dice cómo no son las cosas- y "educa" con pedagogía publicitaria, que es pura manipulación de las conciencias. En suma, lo contrario del conocimiento. Por lo que cabe suponer que esta campaña es falaz y tan eficaz como intentar parar un toro con un Padrenuestro.
Sin duda, hay asuntos prácticos que aconsejan el uso de eslóganes como "Si bebes, no conduzcas" o "Póntelo, pónselo", pero eso no puede inducir a pensar que la violencia "de género" vaya a paliarse o atajarse con procedimientos publicitarios. Tampoco se desentraña convirtiéndola en un asunto enfocado desde la sola y exclusiva perspectiva de las víctimas. Honestamente, no creo que afirmar esto constituya una "apología de la violencia de género" ni que descalifique en absoluto la condición de la mujer contemporánea.
Sigo pensando hoy igual que hace tres años con relación a la violencia sobre las mujeres. Los virulentos e injustos ataques de que he sido objeto sólo se explican porque las cuestiones relacionadas con la condición de la mujer y sus derechos hace tiempo que se han convertido en un dogma y, como tal, cualquier opinión que disienta con la pauta dominante es inmediatamente perseguida, escarnecida y descalificada como machista, misógina y retrógrada. Pero lo más significativo es que no sólo se ha protestado por una supuesta apología que nunca existió, sino que además se ha criticado la decisión misma de publicar mi artículo y se ha reclamado la necesidad de proscribir lisa y llanamente cualquier otra opinión semejante. Y esto, señoras y señores, es impropio de un régimen de libertad y de una democracia moderna.
Enrique Lynch es escritor.
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