Lisa Guerrero, el arte día a día
Los hijos de los artistas suelen tener mala prensa, parece como si tan sólo pudieran ejercer el papel de dilapidadores de la herencia artística del padre, sin importarles otras consideraciones. Aparte del tópico, desde luego, ése no era el caso de Lisa Guerrero, fallecida inesperadamente el 24 de noviembre, a los 56 años, víctima de un cáncer. Ella hizo de la generosidad una forma de vida.
Primogénita de uno de los grandes artistas que ha dado el arte español en la segunda mitad del siglo XX, el pintor José Guerrero, nació en Filadelfia en 1953 y vivió la mayor parte de su infancia en Nueva York, aunque también pasó largas temporadas con su familia en Madrid, Nerja (Málaga) y Cuenca. De su padre heredó la creatividad, el carácter guerrero, la lucha por la libertad individual, el entusiasmo por ser uno mismo, aunque para ello sea necesario inventar nuevos caminos. De su madre, la periodista americana Roxane Whittier Pollock, la inteligencia, la delicadeza y la discreción.
Estudió danza, antropología y psicología, disciplina esta última a la que consagraría su vida profesional en Barcelona, donde se estableció para formar su propia familia tras casarse con el médico Pep Aubert, con quien tuvo dos hijos: Allegra y Lucas.
Dedicó gran parte de sus esfuerzos al estudio de las tradiciones espirituales del mundo en búsqueda de la autenticidad, una filosofía que aplicó a su trabajo como terapeuta y que quiso trasladar al espíritu del Centro José Guerrero, que custodia la memoria de su padre en Granada. Tanto ella, como su madre y su hermano Tony, nunca quisieron que el museo se convirtiese en un lugar cerrado, dedicado sólo a la obra de su padre, sino que trabajaron para que fuese un espacio abierto, donde sucedieran cosas y la vida circulase con fuerza. Un lugar dedicado a promover el estudio y la investigación del arte contemporáneo y que manifestase un especial interés por la educación y el apoyo a los jóvenes creadores, tal y como hubiese querido su padre.
Facilidades y distancia
Al poco de inaugurar el centro en 2000 y tras la muerte de su madre, Lisa subrayó su presencia en él y apoyó con energía sus actividades, no dudando nunca en ofrecer todas las facilidades para su buen funcionamiento, pero, a la vez, manteniendo una discreta distancia para no interferir. En algunos proyectos se implicó más decididamente por su cercanía personal con los artistas, caso de la exposición de Miguel Ángel Campano Rojo de cadmio nunca muere o de la campaña promovida desde el centro, a petición suya, para salvaguardar la única casa que queda en nuestro país del arquitecto vienés Bernard Rudofsky, finalmente reconocida como Bien de Interés Cultural por las autoridades andaluzas.
Su figura adquirió más relieve público durante los últimos meses por las negociaciones mantenidas con la Diputación de Granada para la continuidad del museo. En este sentido, Lisa mostró en todo momento a la institución su deseo y predisposición para que el proyecto y la obra de su padre se mantuvieran en su ciudad natal, sin nada a cambio: "El centro ya no es nuestro centro, ni de la diputación, sino que es de todos", manifestó ella misma, tras mostrarse "emocionada y gratamente sorprendida" por la "enorme aceptación" que el espacio goza entre los ciudadanos.
Lisa se ha ido, quedando truncadas su especial vitalidad, su sensibilidad y su generosidad, pero nos ha dejado un inmenso legado. Claridad, inteligencia y confianza. Belleza, creatividad e inspiración. Conocimiento, comunicación y bienestar. Vitalidad, coraje y confianza. Equilibrio, amor y fuerza.
Amarillo, violeta, azul. Rojo, verde y negro. Lisa, turquesa, azul, verde mandarina. Te queremos, gracias.
Yolanda Romero es directora del Centro José Guerrero de Granada.
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