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Columna
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La geografía del hambre

Ha pasado desapercibida por la mayoría de la opinión pública la reciente cumbre mundial sobre la alimentación organizada por la FAO. Quizás porque no apareció por la reunión ningún jefe de Estado con poder resolutorio o quizás porque los datos a presentar no eran nada vistosos y la evaluación de la resultados desde la anterior cumbre de 1996 distan bastante de haber sido alcanzados.

La pregunta inicial y a la vez crucial es la siguiente: ¿puede el mundo ser capaz de incrementar la suficiente producción de alimentos para asegurar una nutrición adecuada de la población futura? Los datos aportados en la mencionada cumbre del 2009 reflejan lo siguiente: en primer término, la disminución no se ha producido a causa de la escasez de tierra o agua, sino que más bien es debido a que la demanda agropecuaria ha disminuido; en segundo lugar, una parte lo suficientemente representativa de la población mundial sigue sumida en la pobreza absoluta y carece de los ingresos necesarios para transformar sus necesidades en una demanda efectiva; en tercer lugar, se espera que la demanda mundial de productos agropecuarios descienda de una media del 2,2 % anual durante los últimos treinta años al 1,5% anual para los próximos treinta. Esta disminución es más abultada en los países en desarrollo. Y finalmente, es poco probable que se produzcan situaciones de escasez a nivel mundial, pero siguen existiendo problemas graves a nivel nacional y local que pueden empeorar a menos que se hagan esfuerzos bien dirigidos.

Las multinacionales de alimentos están dejando indefensos a numerosos agricultores del mundo

La cumbre ha asumido la falta de mejoras pero también fue consciente de ciertos avances. Así, se ha comprobado que la proporción de personas que viven en países en desarrollo con una ingesta media de alimentos por debajo de 2.200 calorías diarias disminuyó del 57% en el período 1994-96 a sólo el 10% del 1997-99. A pesar de ello, 776 millones de personas que viven en países en desarrollo siguen padeciendo desnutrición, es decir, una de cada seis personas.

La esperanza de los especialistas es que la desnutrición debería descender del 17% actual de la población registrada en los países en desarrollo al 11% de la población prevista en 2015, y que se debería llegar al 6% en 2030.

Sin embargo estas ilusiones se vienen repitiendo cada vez que se convoca una cumbre mundial. Hace muchos años, en la década de los 60 del siglo pasado, Josué de Castro evocaba el drama de la desnutrición y publicaba un magnifico ensayo sobre la geografía del hambre, llamando la atención sobre el problema mundial y subrayando la relevancia que dicho drama tendría en los países más atrasados.

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La última cumbre, celebrada en 1996, estableció un programa para reducir a la mitad el número de personas desnutridas y poder alcanzar los 410 millones de personas en el año 2015. Es bastante difícil de conseguir porque en la actualidad están contabilizadas 610 millones y se calculan, todavía, 440 millones en el año 2030. Sin embargo, buscando el optimismo, se puede decir que el problema de la desnutrición tiende a ser más manejable y quizás más fácil de solucionar mediante intervenciones públicas.

Estas actuaciones deben dirigirse hacia políticas comerciales. Distintos estudios revelan estimaciones que calculan que el posible aumento anual del bienestar mundial derivado de un comercio agrícola más libre alcanzaría la cifra de 165.000 millones de dólares. Es decir, se apuesta por la eliminación de obstáculos al comercio para aquellos productos en los que algunos países en desarrollo poseen ventajas comparativas y al mismo tiempo se impulsa un acceso preferencial más intenso a los mercados para los países menos desarrollados

Esta línea de recomendaciones va dirigida hacia una mayor liberalización de los mercados y está asociada a la necesidad de mejorar la calidad de los alimentos; las inversiones en carreteras, regadíos y conocimientos; las normas de seguridad alimentaria, y las medidas de protección social para aquellos que deben afrontar precios más altos.

A fin de cuentas, la cumbre reflejó la histórica disyuntiva que subraya el hecho de que, a pesar de progresar en la reducción de la pobreza, también las tendencias conducen a la emergencia de compañías multinacionales de alimentos que dejan indefensos a numerosos agricultores de muchos países. O sea, Josué de Castro ya lo había escrito hace cincuenta años y su manifiesto tampoco fue escuchado por los entonces jefes de Gobierno de los países más desarrollados.

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