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Columna
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La utopía de la normalidad

Atendía anteayer a una noticia que cerraba el informativo de ETB sobre una historia de amor imposible (es decir, con la Iglesia hemos topado) a principios del siglo XX. Una historia de amor imposible -la Iglesia no permitía el casamiento de dos primos-, concluida, naturalmente, en pecado, porque hay cosas que sobrepasan las dictaduras morales, en el siglo XX, en el XXI y en el XIV. El ser humano, a Dios gracias, sigue estando por encima de las normativas y las herejías. Atendía a esa noticia histórica (no todo va a ser novela histórica, que ya les vale) y 24 horas después escucho por la radio el sustrato de las intervenciones en el debate y votación de la ley del aborto. Y tengo la sensación de que no ha pasado el tiempo, de que sigue habiendo herejes, anatemas, excomulgados, de que uno sigue viviendo en aquel pueblo blanco que cantaba Serrat "en el que por no pasar ni pasó la guerra", el del sacristán que vio hacerse viejo al cura y el cura al cabo y el cabo al sacristán.

Hoy, principios del siglo XXI, la utopía, (a la que por cierto también Serrat dedicó la mejor definición poética y musical) es en realidad la normalidad. Lo cotidiano es lo inalcanzable. El derecho de la mujer a tener hijos o no hacerlo es inalienable, se pongan los obispos como se pongan, se ponga el PP como se ponga y por mucho que se apele a los países del Este (otra vuelta de tuerca al pasado), como la portavoz de igualdad del PP le espetó a la ministra de Igualdad del PSOE.

La normalidad es ese bien, al parecer inalcanzable, que puede topar con los asuntos más dispares. A saber: este país nuestro puede enredarse porque se vuelva a la "E" de toda la vida en la señaléctica de la Ertzaintza, en vez de la que inventó Sabino, y hacer de eso una cuestión de Estado.

La normalidad no es por definición lo normal. La normalidad puede ser la cosa más estrambótica del mundo, la más retórica, la más invulnerable a los tiempos que corren. Que en este tiempo se siga debatiendo sobre el aborto como se debatía hace un siglo sobre la consanguinidad de los primos o sobre la masturbación y sus consecuencias en la vista, más que retórico es triste. No es normal. O sobre si España puede jugar en Euskadi o no, o sobre si puede sólo en el caso de que se enfrente a Euskadi, o sobre si un deportista vasco puede reivindicar la oficialidad de la selección vasca y jugar al mismo tiempo con la selección española, que al parecer no puede jugar en Euskadi porque así lo ha decidido no sé que consejo de sabios reunido no sé donde, no es normal.

La normalidad, definitivamente, es una utopía, algo que no va con nosotros, demasiado liso y llano como para interesarnos lo más mínimos. A nosotros nos va la esquizofrenia, la hermenéutica de lo insondable. ¡Toma ya!

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