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Reportaje:

Lizarán y Picó, dos pesos pesados

'El ball' conjuga teatro y danza en tono de parodia

Cada acto de la novelita de Irène Némirovsky Le bal (1928), una narración de apenas un centenar de páginas, es en el montaje de Sergi Belbel, que anoche subió al escenario del Teatre Nacional de Catalunya (TNC) en su estreno en Barcelona, un asalto. Sabe que está ante dos pesos pesados, del teatro la una -Anna Lizarán- y de la danza la otra -Sol Picó- y que lo mejor es darles cancha, y que se las vean y apañen entre ellas. Parecería que la dramaturgia, que también es de Belbel, parte de ellas y no al revés. Y al partir de ellas, ha de permitirse unas cuantas licencias con respecto al texto original.

El argumento de Le bal es bien didáctico. Un matrimonio venido a más de repente gracias aun golpe de suerte en la Bolsa, los Kampf, deciden montar un gran baile en su nuevo y ostentoso hogar para darse a conocer en sociedad. La idea es por supuesto de madame Kampf, porque pronto vemos que el marido no pinta nada. Pero las cosas no acaban yendo como la madame desea por culpa de su intransigencia, pues se niega rotundamente a permitir que Antoinette, su hija ya adolescente, asista al evento. Una historia, pues que no deja de tener su moraleja: lo que no quieras para ti... o aquello de la avaricia.

Teniendo a Anna Lizarán como mamá y a Sol Picó como la coreógrafa del montaje y la niña en funciones alternas, lo de las licencias no sólo es necesario, sino que se las permitimos generosamente. La Lizarán es una madame Kampf a lo Mae West, por la melena y el descaro (una pena que el baile no llegue a celebrarse porque cabe imaginársela soltando aquello de ¿llevas pistola o es que te alegras de verme? al primer tipo que la sacara a la pista), con más carácter y mala leche que la del texto, y la Picó, aunque no tiene 14 años, como es menuda y no toca con los pies al suelo cuando está sentada, pues da el pego. Además, El ball no se trata tanto de Le bal como del combate que establece Belbel entre ambas. Y semejante combate sólo puede darse en el terreno de la parodia. Las muecas de la Picó son tan exageradas que la Lizarán tiene que hacer esfuerzos por contener la risa. Así es que, por seguir con la terminología pugilística, el resultado quedaría en un combate nulo. Lizarán despliega todas sus artes, todo su retintín, mientras que la Picó hace otro tanto con sus movimientos poderosos, animales, soeces.

Después está Francesca Piñón que se desdobla en Mr. Kampf, la institutriz inglesa y la profesora de piano, y tiene también sus momentos. Otro gran protagonista de este montaje es el impresionante espacio escénico que firma Max Glaenzel.

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