Piratas de tierra y mar
Casi como en 1898, cuando el hundimiento del Maine dio paso a la muy pesimista Generación del 98, va por mar y a toda máquina también este caso Alakrana que guarda en su enseñanzas y recovecos esa picadura mortal y ese veneno que caracteriza al insecto. Empezando por un armador que lleva a su tripulación a faenar al infierno y siguiendo por un Gobierno que se mete en un berenjenal legal de muchos quilates, el caso de estos 47 días en las que todo el mundo dio su opinión, improperio o juramento sobre el tema, nos hizo al menos aprender mucha geografía y conocer que la piratería no es sólo una práctica que adoptan los internautas, sino también que vuelve a los tiempos de Jack Sparrow y se convierte en una actividad lucrativa en las costas del Índico.
¿Qué hubiera ocurrido con una liberación de ésas que gustan tanto a Vladimir Putin?
Reconozco mis limitaciones en materia pesquera, pero me temo que ir al Índico con armas de guerra a bordo o escoltado por una fragata de guerra, no es plan ni para el armador ni para el Gobierno ni para los atunes. Ignoro también la conveniencia de irse a Somalia en lugar de otras aguas más benevolentes con las tripulaciones, pero estoy seguro de que allí la pesca, por las razones que sea, está menos esquilmada que en otros lugares del planeta y por tanto el beneficio es mayor aunque las costas limítrofes estén infestadas de señores de la guerra.
De todos modos, han pasado sólo unas horas de la liberación del navío para que las trompetas de guerra lleguen a la Carrera de San Jerónimo y el líder de la oposición recuse a tres de los ministros que tuvieron que participar en el marrón (Vicepresidencia, Defensa y Justicia) exculpando al que por aclamación popular parece el vencedor moral de esta guerra de alacranes: Moratinos, canciller del Reino.
Hay muchas ganas acumuladas desde los tiempos del Prestige de que la caguemos en algún naufragio colectivo y las armas de casi todos los medios y partidos no estuvieron apuntadas contra los piratas, sino contra los supuestos liberadores y padres de la patria, que vieron cómo uno se acuerda de Santa Bárbara cuando truena, es decir, que los mismos que reniegan del Gobierno de España acuden ahora pidiendo la salvación de sus hijos amparados por derecho bajo el odioso pabellón rojigualda (¿o era la ikurriña?).
Al mismo tiempo que todo esto acontecía, la parte sentimental corría a cargo de esas mujeres que en dos capitales de la marinería tan señaladas como Bermeo y Vigo salían a las calles a llorar por la suerte de sus marineros cautivos como en tiempos de Cervantes en tierra de infieles, una imagen antigua, rosaliana, que ponía el contrapunto humano a la catadura moral de los piratas de un lado y otro que pedían silencio y secreto para avanzar en unas negociaciones que luego se han visto clásicas para todos los amantes del cine: ¡tú me tiras la pasta a bordo y yo salgo corriendo, ni más ni menos! Por el vil metal también se olvidaron los facinerosos de la suerte de Abdu Willy y su compinche, retenidos por estos pagos.
Grosera me parece la intervención también de quienes, sin esperar, ya preguntan quién paga esos dos millones y pico de dólares, porque me recuerda a ponerle precio a unas cabezas de ganado. Supongo que el Gobierno ha tenido que hacer de tripas corazón y poner la pasta para luego hacer cuentas con el armador, la aseguradora o con quien sea para tener con vida a los rehenes, aunque muchos, repito, hemos sido casi todos los miembros del jurado, hubieran deseado una operación tipo Sarkozy y ver a los piratas colgados por los juanetes en el palo mayor del navío.
No podemos decir que la actuación de nuestro Gobierno haya sido la mejor pero, al menos, la cosa se ha saldado sin sangre, porque ¿qué hubiera ocurrido con una liberación de ésas que le gustan tanto a Vladimir Putin? Total, que la vida sigue igual en Bermeo y en Vigo y los atunes y las mujeres y los marineros viven una tregua mientras en el Parlamento habrá durante bastantes días una buena ocasión para que el mar sepulte también el caso Gürtel y otras tantas historias de piratas de tierra adentro. Por tierra y mar, estamos rodeados.
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