Un lugar donde no quedarse
Cuentan de ese distinguido y culto chico de Cambridge llamado Sam Mendes que es un brillante director teatral. Algo que no puedo constatar debido a mi absoluta aunque nada lacerante ignorancia en esa materia. Y deduces que esas virtudes artísticas también están acompañadas por un notable poder de seducción, ya que en su currículo sentimental figuran mujeres tan atractivas como Cameron Diaz, Calista Flockart, Rachel Weisz y su actual esposa, Kate Winslet.
Hollywood, que siempre ha estado obsesionado (con éxito) por tener en su nómina a los consolidados o prometedores valores del cine europeo y a la gente con incontestable pedigrí cultural, ofreciéndoles, además de sueldos millonarios, unos ilimitados medios técnicos al servicio de su original talento, no tardó en echarle el guante al prestigioso Mendes. Colocó en sus manos un retorcido, cáustico y espléndido guión de Alan Ball (inventor de la memorable y compleja serie A dos metros bajo tierra y de la vampírica True Blood) titulado American beauty y Mendes adaptó inteligentemente ese corrosivo material, logrando un retrato inquietante y tragicómico de burgueses infelices, sus subterráneas perversiones y la inaplazable necesidad de arrancarse los disfraces. Universo en el que volvería a meter el bisturí, pero aquí sin liberador sarcasmo, en la desesperada Revolutionary road, modélica adaptación de la sombría novela de Richard Yates, un escritor con mayúsculas, también autor de la devastadora Las hermanas Grimes.
UN LUGAR DONDE QUEDARSE
Director: Sam Mendes.
Guión: Dave Eggers y Vendela Vida. Intérpretes: John Krasinski, Maya Rudolph.
Género: comedia / drama. Producción: EE UU, 2009.
En medio de esas crónicas de la desolación cotidiana, Sam Mendes demostró que igualmente podía ser un virtuoso haciendo cine negro, volviendo a contar con lirismo la historia de Caín y Abel ambientada en una familia mafiosa de los años treinta, ofreciéndole a Paul Newman una despedida a la altura de su leyenda, logrando el milagro de hacer tenebroso al guaperas sensible Jude Law.
Consciente de que ha triunfado en la gran industria sin necesidad de rebajar su arte, Sam Mendes aborda en Un lugar donde quedarse una temática de presupuesto mínimo, con aroma a cine independiente, sin estrellas, con la libertad creativa y el supuesto oxígeno que ofrece la road movie, un proyecto con todos los síntomas de haber sido mimosamente elegido.
El resultado me parece intragable, con excentricidad forzada, con humor patético, describiendo sin gracia situaciones involuntariamente esperpénticas y personajes caricaturescos. Cuenta la incertidumbre y el terror de una pareja de descerebrados, cercanos a la intemperie, cuando descubren que van tener un hijo, sus desconcertados viajes buscando un refugio sólido para su vulnerabilidad, el decepcionante reencuentro pidiendo ayuda con familiares y amigos que se supone han encontrado el sentido de su existencia. Sam Mendes juega a la comedia agridulce con toque intimista, a que el espectador se identifique emocionalmente con el pasmo de los desvalidos al tener que asumir responsabilidades. En mi caso sólo logra irritación ante esta galería de cretinos satisfechos o en crisis. Se supone que éste es el cine personal al que aspira Mendes. Tendrá gran eco crítico. Temblores me dan que siga por tan prestigioso camino.
Babelia
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