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Reportaje:AL SOL

Caribe Mix en la isla maya

Ruinas precolombinas y unos fondos marinos alucinantes en la mexicana Cozumel

De pronto pasan ante tus gafas de buceo tres grandes calamares de carnes translúcidas. Van desahogados, remolones, y te da tiempo de ver sus ojos azules y de notar que ellos también te han visto. ¿Qué haces allí? No te lanzan tinta y te dejan con un palmo de narices. Algo más allá, las gorgonias de un pequeño bosque abanican el mar sofocado de tanto azul caliente. Mientras, unos pececillos de colores picotean las circunvoluciones de un Cerebro de Neptuno, un coral de color cremoso y duro como una piedra. Es algo de lo que ocurre en Cozumel, una isla fantástica para evocar la historia maya y española en la superficie y el laberinto de la soledad en el fondo del mar.

Cozumel fue el primer punto de México tocado por los españoles. En 1518, Juan de Grijalva desembarcó en la isla, y su visita estuvo rodeada de algún portento. El día 29 de septiembre, festividad de San Miguel, apareció una estatua del arcángel, la que dicen que aún resiste en la iglesia de la capital isleña. Antes de eso, en 1511, hubo un naufragio de un navío de la flota de Nicuesa. Dos de los supervivientes, Jerónimo de Aguilar y Gonzalo Guerrero, fueron capturados por los mayas, si bien se hicieron a la lengua y costumbres del país con desenlaces muy distintos. En 1519, al desembarcar Hernán Cortés en Cozumel, el ecijano Aguilar se convirtió en intérprete del maya al castellano y tuvo un papel importante, anticipador del de La Malinche, en la estrategia de la conquista. Gonzalo Guerrero, casado con la princesa Nachancan y con hijos nativos, se alzó como renegado contra las tropas españolas. Dos caras de una historia hispana no por vieja menos conocida.

Antes de los españoles, Cozumel -que viene de Cuzamil, la isla de las golondrinas en maya- era una gran meta viajera. La peregrinación se centraba en el santuario de la diosa Ixchel. Los mayas no buceaban para extasiarse con los fondos marinos de Cuzamil. Miraban al cielo buscando los buenos presagios de las golondrinas y adoraban a una diosa lunar y compleja como Ixchel, patrona del tejido, la fertilidad y las mareas.

Corsarios franceses

La historia luego fue a su aire. Ya dentro de la Nueva España, Cozumel fue perdiendo los cultos y sueños indígenas. Los piratas, que siempre aprovechan el vacío de poder y de las playas, vieron que la isla era un trampolín para saltar sobre Belice, y eso hizo el escocés Peter Wallace. En 1571, los corsarios franceses habían arrasado San Miguel de Cozumel y la iglesia del arcángel milagrero. La Capitanía General de Yucatán dio orden de evacuar la isla y en 1665 no quedaba quien explotase la miel y la sal. El abandono humano duró hasta 1848 y fue bueno para que los corales criaran pólipos y verdín las ruinas mayas.

Hay quien busca aún los presuntos tesoros de los piratas de Cozumel, algunos tan famosos como Morgan. Otros corsarios se quedaron más tiempo en la isla, como Pierre Sanfroy, François Nauf, el cubano Diego el Mulato, Laurens Graff, Jean y Pierre Lafitte, Miguel Molas... Tantos nombres destacados para una placa oficial. Por si fuera poco, acaban de inaugurar el monumento al pirata junto a la playa de Mezcalitos.

En el Caribe, como en el desierto y en la vida, lo que nunca defrauda es lo que no se ve a simple vista. Eso se sabe desde El Principito. En los años sesenta, Jacques Cousteau filmó las maravillas submarinas del arrecife Palancar, un eslabón de cinco kilómetros dentro del Arrecife Maya que va desde Isla Mujeres hasta Costa Rica, y que es el segundo mayor del mundo después de la Barrera de Coral australiana. Cousteau realizó un curioso capítulo, El pez que se tragó a Jonás. No iba de ballenas, sino de meros, peces que en Cozumel alcanzan los 200 kilos. Acuden todos los años a Cozumel para desovar, aunque no es tan sencillo como parece. Los meros nacen hembras y luego se convierten en machos. Cambian de color en el frenesí sexual y algunos hasta se devoran.

Tampoco hay problema en Cozumel si uno es de secano. Proponen una visita, Tequila story, a una hacienda de tipo colonial con cata incluida. Luego no se verán muchas golondrinas, pero hay caballos, incluso carreras, en esta isla plana, llena de palmeras enanas, pinchos y mosquitos, pero con un mar color jade que corta la respiración. Playa Bonita es un arco perfecto de arena blanca un poco antes de playa Chiqueros, y no sabes con cuál quedarte. La laguna de Chankanab mezcla aguas dulces y saladas con sus variadas criaturas mejor que una margarita. "Vamos adelante sin ver qué dirán", se oye en una radio local. O eso otro de: "No hagas caso de la gente, sigue la corriente y quiéreme más". Por suerte que el mar jade a veces se pone turquesa, y otras, aguamarina; no cansa verlo.

Aves esquivas

Otro alivio es que las ruinas mayas hayan sobrevivido. En El Cedral queda una pequeña pirámide maya junto a la capilla de color bermejo de la Cruz de Saban. La trajeron los mestizos que se refugiaron en esa zona de la isla huyendo de la revolución maya en 1848. El Cedral es poco más de cuatro casas y cuatro calles silenciosas. En la plaza mayor se alza una inmensa palapa para el "baile de las cabezas" y reuniones varias, pero siempre se puede ir al campo y encontrar cenotes y silbidos de aves esquivas.

Las ruinas mayas de San Gervasio, cerca del aeropuerto, no llegan a competir con los grandes conjuntos arqueológicos de Yucatán, pero tienen a su favor que la gente no se aglomera en ellas. Las iguanas te miran sin miedo mientras los zopilotes sobrevuelan edificios que se han librado de la selva del tiempo. Un templo bien conservado se llama Manitas, por las manos rojas estampadas contra la pared, se supone que con propósitos apotropaicos. Fue erigido entre los años 1000 y 1200 en honor del dios Ah Hulneb, el señor de los indios itzáes que dominaron la isla. El núcleo principal es la Casa Alta, Ka'na Nah, donde las escalinatas adornadas con vagos rostros humanos conducen a lo que era altar de la diosa Ixchel. En su día, todo esto estaba estucado de rojo, ocre, azul, verde, negro, los colores que iban bien en el periodo posclásico.

Cozumel reposa en un rincón distraído del Caribe, pero eso no quiere decir que se prive de un santuario de la Virgen de Guadalupe. Por su fiesta del 12 de diciembre se llena de peregrinos que van haciendo un jogging de penitencia por media isla. Tampoco falta un templo pintado de un estridente azul, el Salón del Reino de los Testigos de Jehová. La cercana Iglesia Interdenominal quiere abrirse un hueco entre tanta competencia.

En San Miguel de Cozumel, la capital, se concentra la mayoría de los cerca de 80.000 habitantes de la isla. Las calles y cuadras del centro están cuajadas de tiendas donde proponen plata, toallas o diamantes. Cozumel da para todos los presupuestos, y el dinero no es ajeno en una isla que ni siquiera desaprovecha la imagen de los piratas. Una isla que está en medio del mundo, no sólo flotando en la fantasía. En el muelle donde atraca el ferry de playa del Carmen, soldados armados con metralletas ponen las narices de sus perros a detectar posibles narcotráficos: nunca se sabe en los penúltimos paraísos.

» Luis Pancorbo es autor de Avatares. Viajes por la India de los dioses (Miraguano, 2008).

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GUÍA

Cómo ir:

» No hay vuelos directos desde España. Se puede volar a Cancún (hay vuelo directo desde Madrid con Air Europa), donde se coge un autobús (o taxi) a Playa del Carmen (viaje de unos 45 minutos; unos 40 euros). Desde allí sale el ferry a Cozumel (media hora de viaje; unos 6 euros el trayecto).

Información:

» Oficina de turismo de Cozumel (0052 987 872 75 85; www.islacozumel.com.mx).

» www.cozumel.gob.mx.

» Turismo de México (www.visitmexico.com).

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