Narrar el mal, perseguir el bien
Ensayo. Cuando este libro se presentó en Barcelona a principios del pasado mes de octubre, las dos pensadoras que, junto con la autora, intervinieron en el acto coincidieron en destacar, como cualidades más sobresalientes del mismo, su oportunidad y su estimulante ambición teórica. En efecto, tanto para Victoria Camps como para Fina Birulés, los momentos que estamos viviendo en nuestro país, en buena medida inmerso en los debates generados por la llamada ley de la memoria histórica, realzan ante nuestros ojos el valor de este Narrar el mal, al tiempo que nos dejan en óptimas condiciones para apreciar el alcance de sus aportaciones.
Frente a quienes sostienen la imposibilidad de representar, por inefables, episodios como el del genocidio de los judíos en Europa (lo que termina por conceder a tales episodios un carácter casi sagrado), este libro nos propone pensar la comprensión histórica del mal a través de las herramientas literarias, pues, escribe la autora, "toda experiencia puede ser narrada" y la narración muestra que la experiencia jamás tiene lugar, o se transmite, de manera unívoca. Pero no todas las narraciones son buenas como instrumentos para comprender moralmente el fenómeno del mal, que es de lo que, finalmente, se trata. Una buena historia, afirma María Pía Lara, ilumina los hechos oscuros al tiempo que estimula a discutir. Ésta es, pues, la manera en que en el texto se combinan la consciencia histórica con la dimensión política: las narraciones vendrían a ser herramientas privilegiadas para potenciar en nuestras sociedades la capacidad de autocrítica y examen, esto es, para generar en nuestro presente un debate alrededor de las vías que nos habrían de permitir hacer realidad una idea de justicia democrática.
Narrar el mal
María Pía Lara
Gedisa. Barcelona, 2009
285 páginas. 22 euros
En este aspecto, María Pía Lara se reconoce deudora de los planteamientos de Habermas, con quien comparte la idea de que podemos aprender de las catástrofes, esto es, producir verdades a través de un trabajo de reinterpretación del pasado en la esfera pública por medio de narraciones. Llegados a este punto resulta difícil dejar de recordar, ahora que acaba de fallecer, el caso de Marek Edelman, el único de los cinco dirigentes del gueto de Varsovia que logró escapar a su destrucción. Este hombre guardó silencio durante más de treinta años porque estaba convencido de la inutilidad de contar lo que había vivido. Con otras palabras, no porque lo considerara imposible, sino porque, según él, nadie podría comprenderlo adecuadamente.
Su reserva era de enorme calado, y recuerda el reciente comentario que, en estas mismas páginas, hacía Antonio Muñoz Molina, lamentando que con demasiada frecuencia los relatos cinematográficos acerca del Holocausto (aunque sus afirmaciones podrían aplicarse a cualquier otro tipo de relato) constituyan "parábolas consoladoras de sufrimiento y redención que cada vez intentan menos parecerse a la realidad, sustituyendo su horror por historias edificantes que permiten el halago de despertar sentimientos nobles a cambio de un mal rato y de unas lágrimas".
Con lo que el reproche mayor que, desde siempre, ha recibido la propuesta de Habermas, esto es, el de postular una inviable comunidad ideal de comunicación, podría trasladarse aquí señalando que lo que en esta obra parece proponerse es una especie de comunidad ideal de narración. Que acaso podría aceptarse como horizonte regulador, pero que requeriría el complemento de un análisis de las condiciones reales en que las narraciones se producen y se reciben, análisis del que muy probablemente no sacaríamos conclusiones demasiado optimistas. En efecto, las narraciones que importan tienen cada vez menos público y, en un mundo crecientemente banalizado, el público tiene cada vez menos interés en ellas.
En todo caso, como se observará, el comentario final (más dirigido a fingir insobornable independencia de criterio y acerado espíritu crítico por parte de quien firma estas líneas que a objetar ningún aspecto sustancial del texto) si algo deja claro es que el presente libro, además de oportuno y ambicioso, es extremadamente consecuente: él mismo, que tanto elogia los debates, dibuja el terreno en el que llevar a cabo uno de los más urgentes que tenemos planteados, el de cómo continuar viviendo con la memoria de tanto mal.
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