La mundología del rockero
Da gusto verle cumplir años a Elliott Murphy. Acaba de estrenar la condición de sexagenario, lleva más de 35 en el negocio y su reciente entrega, un álbum y DVD en directo (Alive in Paris), hace la número 31 en su discografía. Son cifras que evidencian muchas horas de vuelo, pero sus conciertos duran dos horas largas y no se advierten síntomas de fatiga por ninguna parte. Nuestro neoyorquino afrancesado conserva el porte y la elegancia con su sempiterno sombrero negro, apenas le ha clareado la melena rubia y demuestra arrestos para mantener el pie bien hundido en el acelerador durante toda la noche.
El trovador de Long Island presume de haber escrito cerca de medio millar de canciones a lo largo de estas décadas, dato impactante del que debemos extraer al menos tres conclusiones. Una: el tipo se lo curra. Dos: es muy difícil conocerse su repertorio al dedillo (pero algunos, en las primeras filas, andaban cerca). Y tres: las leyes de la combinatoria imposibilitan que Murphy toque todo aquello que les apetecería escuchar a los fieles. Ayer se decantó por aprovechar la estela de Alive in Paris como hilo argumental, pero intercaló lo que le vino en gana. Incluso A touch of mercy, de su primerísima época, cuando aún no le había propinado un sonoro corte de mangas a las multinacionales.
ELLIOTT MURPHY
Elliott Murphy (voz, guitarra, armónica). The Normandy All Stars: Olivier Durand (guitarra, coros), Laurent Pardo (bajo, coros), Alan Fatras (batería, coros). Círculo de Bellas Artes, Teatro Fernando de Rojas. 20 euros. Casi lleno (500 espectadores). Madrid, 6 de noviembre.
Elliott se sabe al dedillo la gramática del rock americano posterior a Dylan
Empieza a solas, en plan recatado y acústico, junto a la guitarra limpia y fibrosa de su inseparable Olivier Durand; pero no pasa de la segunda canción (Black crow) y la banda ya luce al completo, dispuesta a coger velocidad. Y Elliott se sabe al dedillo toda la gramática del rock americano posterior a Dylan, desde el folk de corte más confesional al desparpajo de ese blues eléctrico (Take your love away, Last of the rock stars) con el que las butacas ya sobraban y todo el aforo se puso a brincar tan alto como permiten los tríceps esos del calcáneo. Que no siempre es mucho: aunque nos chinche, vamos teniendo edad de músculos abotargados.
A Murphy le gusta demasiado su oficio como para intercalar largas parrafadas, pero atesora historias susceptibles de embelesar a cualquiera. Tuvo guasa que presumiera de que su señora madre, a los 83 años, se mantiene fresca y lúcida "porque lleva media vida escuchando discos de Elliott Murphy". Pero fascinó contando sus aventuras en los clubes neoyorquinos de los años ochenta, antros donde tan pronto se congregaba la canallesca local como irrumpía por la puerta Ali MacGraw, la divina protagonista de Love story, que le inspiró el tema Something like Steve McQueen.
Lo de Elliott es rock con mundología; sabiduría callejera de quien creció entre rascacielos, se hizo amigo de Bruce Springsteen y ahora ha encontrado acomodo en la Ciudad de la Luz. Novelista, poeta y hasta crítico musical cuando se tercia, el autor de Party girls, broken poets ha erigido un universo urbano poblado de seres en el filo y perdedores que aún no han renunciado al sueño de la redención.
Tiene algo de misterio que su paisano y coetáneo Springsteen reviente estadios mientras él ha de conformarse con teatros de mediano aforo. Algo parecido podrían pensar Steve Forbert, Joe Grushecky y unos cuantos más. Si los conciertos de El Jefe le despiertan la agorafobia, Murphy le va a sentar muy bien al cuerpo. Ofrece unos 120 recitales al año, así que jamás le sorprenderá con la máquina desengrasada.
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